Aquí iba una entrevista. Pero a veces la vida cruje, se incomoda y evita dar declaraciones. Entonces asoma el vacío, la nada, la página en blanco. Ni preguntas ni respuestas. Donde iba una entrevista, ahora no hay más que lo que susurras cuando no abres la boca. Cuando solamente dejas que entre un recuerdo, un dolor y un estremecimiento. La carne, el instinto, lo poco que heredamos de la época en que aún no éramos humanos. El ulular de un búho escondido. Apenas un sonido. Y la noche negra que nos impide volver al refugio sin una luz que nos guíe.
Queda una espera, un teléfono que tarda demasiado en contestar, un mal presagio, un zumo de naranja olvidado, una mañana de lento caminar, el televisor encendido, otra cita postergada, el horario de un tranvía que se aleja, la sensación de haber asistido a un momento más íntimo que la propia intimidad y un relato no autorizado que concluye en una respuesta sin pregunta. “Lo siento, Rafa, mejor lo dejamos”. Queda la tristeza, que impone el silencio ante la torpeza de quien no sabe qué decir. Queda el respeto y una larga mirada al mar sin encontrar el mar. Queda una explicación, esta, que nadie ha pedido. Queda el rompecabezas incompleto que dejan las entrevistas sin hacer cuando lo que se pretende es dar voz a los que conocen, escuchar sus instrucciones, jugar al desguace, acabar por entender. Queda una única respuesta para acabar por no entender, que en realidad es lo mismo.
Aquí iba una entrevista, la que partía de una sola pregunta porque el entrevistado no necesita más, porque íbamos a hablar del mundo y la existencia y la poesía y los naufragios y las sombras y el oficio y Dashiell Hammet y la enseñanza y las rutinas y la vida, hasta que la misma vida se ha interpuesto en el camino y nos ha impedido empezar. Yo, sentado y perdido en el reloj de sol de este invierno. Él, cerca de un mar que ni oye ni ve porque ya no tiene importancia, porque hay un horizonte que se acerca demasiado rápido. Y la única pregunta de esta entrevista vacía, pendiente del paso del tiempo, anclada a un cuaderno pequeño y cuadriculado donde quizá hormigueen en el futuro las respuestas que esta vez la vida no ha querido dar.
La entrevista vacía te deja un corazón arrugado como con ganas de hincharse y gritar.
Lamento la tristeza. Y celebro tu vuelta, seguro que no ha sido tan difícil. Gracias, Marian.