Hay videojuegos que son como películas. Se trata de productos que no se ciñen a la esencia del juego en sí. No entrañan una especial dificultad, no obligan al usuario a desarrollar ciertas habilidades mentales. No siguen unas reglas estrictas que determinan su desarrollo. Son, nada más y nada menos, productos de entretenimiento que los más puristas descalifican precisamente como películas, en tono despectivo. Simplemente, se basan en sumergir al jugador en una historia que ya viene dada, de la que de alguna manera se sienten protagonistas. Y sus creadores centran más sus esfuerzos en el aspecto gráfico que en el estratégico. El crecimiento de la potencia de las sucesivas consolas acentúa la sensación de perfección estilística y luego es el guion el que determina sus características. Un ejemplo claro es el de la saga Uncharted, que sigue las aventuras de un cazatesoros tan inverosímil y socarrón como Indiana Jones. Y tan divertido. Precisamente, el creador de las películas de Jones, Steven Spielberg, acaba de lanzar una película que es como un videojuego, Ready Player One. Y da la impresión de que es el principio de una corriente que ha llegado para quedarse.
La cinta, estrenada recientemente, pone al espectador en el centro de una trama apoyada en la realidad virtual. Y, en consecuencia, casi todo el metraje se ha diseñado por ordenador. El efecto que cause en cada espectador es lo de menos. Unos disfrutarán y otros se aburrirán. Lo importante del asunto es la puerta que ha abierto dentro del universo cinematográfico. Una puerta que da acceso al conjunto intersección entre los juegos y las películas, terreno audiovisual en el que se sienten cómodos los espectadores más jóvenes. Y que seguirán comprando entradas dentro de diez o veinte años. Como cicerone inicial, no se ha podido elegir a nadie mejor. Spielberg no solo dispone de un talento creativo extraordinario, también se maneja de maravilla en el empresarial. Y al salir de la sala de proyección, a uno le queda la sensación de que esta mezcla de imagen real y animación virtual protagonizará el cine de masas en breve.
No se trata de ponerse catastrofista ni apocalíptico. El teatro ha sobrevivido durante milenios porque conserva su esencia. El cine nace con una prótesis tecnológica que debe adaptarse a los tiempos. Así surgió el sonido, así surgió el color. Y así trataron las tres dimensiones de imponer su imperio, sin conseguirlo. Los dibujos animados pasaron del escritorio artesano al diseño digital y su calidad sigue dependiendo del guion. La propuesta de Spielberg parece el camino lógico que deben seguir las películas que dominan la taquilla en la actualidad, que cimentan su capacidad de atracción en la espectacularidad de sus efectos especiales. El cine parecerá un videojuego y viceversa. Incluso saltará de la gran pantalla para instalarse en los dispositivos de realidad virtual conforme vayan mejorando sus prestaciones.
Pero también en el ámbito de los videojuegos hay creadores que se ciñen a la esencia. Los que dan más importancia al desempeño que a los fuegos de artificio. No solo en pequeñas firmas independientes, también en las empresas más poderosas. Y ahí es donde el cine, tal como lo conocemos ahora, sobrevivirá. En los directores que comprendan que las reglas y los retos que se plantean a los usuarios son más importantes que los colores del tablero.