El efecto ascensor

Una noche entras en el cine y cuando sales, ya es septiembre. Es el efecto ascensor, lo más parecido al teletransportador de Star Trek que hemos sabido crear los humanos. A escala, si se quiere, con hilo musical o conversaciones intrascendentes, pero teletransportador. Accedes desde un lugar, viajas en una cabina y aterrizas en otro distinto. Con el cine pasa igual, pero con las luces apagadas. Llegas con la arritmia de los últimos días de agosto, escuchas una confusa conversación de amor y un gran chiste de judíos y cuando te enciendes el cigarro a la puerta de la sala ya es septiembre. Con su luna nueva de mes humilde, su diagrama de limpieza, su propósito de enmienda, su certero abrazo de amigo lejano al que solo ves una vez al año, que es justo lo que dice David Trueba que sucede con Woody Allen.

Café Society
Fotograma de la película ‘Café Society’, de Woody Allen. / cafesocietymovie.com

En realidad, septiembre no es muy distinto del resto de los meses. Llegas a casa, cenas mientras rumias la película, te acuestas y cuando despiertas sigue el verano. Pero ya es un verano cortito, con calcetines finos, hora en el médico y lista de tareas. El calor y el sol ya no son para todos, sino para poetas pálidos, becarios de oficina y despistados con gafas. Hay debates de investidura, estadísticas de empleo y muchachos que chapotean en el cráter de una bomba en Siria. Hay cadáveres despiezados en la trastienda de la carnicería. Hay ecos en las estrellas que parecen nuestra propia voz. Hay mítines y revoluciones y quejidos y venganzas. Pero dicen los entendidos que en septiembre siempre se esconde un cauce lento y solitario que conduce a un islote de arena en el que se puede atracar algunos lunes con la balsa de soñar aventuras. Septiembre es un mes de lunes.

Kubo
Fotograma de la película ‘Kubo y las dos cuerdas mágicas’, de Travis Knight. / kuboylasdoscuerdasmagicas.es

El islote no es fácil de encontrar, sin embargo. Por eso al día siguiente vuelves a entrar al cine para escapar de las sombras y cuando sales, septiembre sigue ahí. Llegas con la angustia de la duda y la ira de lo cierto, escuchas una confusa conversación sobre la familia, descubres un rastro de lana, papel, plastilina y plástico y cuando te enciendes el cigarro a la salida de la sala, ya no queda ni el confeti de agosto, otra sombra amable te tapa los terrores y tardas cuatro minutos más en regresar a casa, con el tictac de la stop motion. Y con esa sensación de estar en otra parte que solo los ascensores, el cine y septiembre son capaces de generar.

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