Ha pasado desapercibida entre el oro de las vacaciones, el incienso de los juegos olímpicos y la mirra de las negociaciones para el nuevo Gobierno. Pero hay una historia tremenda en la muerte del pastor Gilá, empeñado en encontrar un tesoro donde no había ni mapas ni piratas tuertos ni genios de la lámpara ni niños con fantasías ni un mínimo asomo de realidad. Quiso creer que en las praderas de Valderrey (Zamora), donde no cabe más que la claustrofobia, una equis marcaba el emplazamiento de unos lingotes perdidos. Quiso creer que debajo de las piedras había una boca de metro para escapar de su vida. Quiso creer que la tierra jamás se derrumbaría sobre él. Y fracasó como los mejores, con el castillo de arena oprimiéndole los pulmones. Solo se salvaron el móvil, las botas y una reseña en los periódicos.
La muerte de Gilá es de esas historias que se cuentan de reojo. Una pesadilla de codicia y soledad. El clásico relato con que se asusta a los niños en las noches de tormenta para que no salgan de nuestra zona de confort. Pero el estremecedor relato de Juan Sardá para Crónica lo convierte en algo peor. En un tiroteo de maldades, en un laberinto de aburrimientos sin salida, en un óleo manchado de sangre y tierra en el que la Humanidad aparece devorando a sus hijos. En esa historia que nadie quiere leer por si se encuentra reflejado en alguno de los personajes. Y en verano inventamos viajes, diseñamos aventuras y salimos de noche por si acaso en algún momento olvidamos lo que somos. Por eso estas historias pasan desapercibidas.
Todo lo que envuelve la historia de Gilá, el pastor que excavó su propia fosa mientras buscaba lingotes de oro, tiene aristas que cortan como el desdén de los pueblos. Hay envidias, salidas tapiadas, sospechas y silencios. Hay litigios, miserias, familias lejanas y celos. Hay pesadumbre, necesidad, derrotas, sueños torcidos y bicicletas oxidadas. Un conjunto cimentado en rencores que se heredan de padres a hijos y que probablemente tienen tanto de verdad como la existencia de un tesoro escondido hace siglos por otros pastores humildes en un paraje que se muere y donde no cabe más que la angustia, la locura y un rebaño de cabras.