¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas? Pues ¡por Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se espanta de leones! Apeaos, buen hombre, y pues sois el leonero, abrid esas jaulas y echadme esas bestias fuera, que en mitad desta campaña les daré a conocer quién es don Quijote de la Mancha, a despecho y pesar de los encantadores que a mí los envían.
(Don Quijote de la Mancha. Segunda Parte. Capítulo XVII).
El siglo ha acabado con los quijotes. Los GPS han impedido que nadie se pierda ya por los caminos, Sancho Panza ha renunciado a sus ansias de gobierno insular ante el descrédito de la política y lo más probable es que Dulcinea trabaje en un hospital inglés después de haber estudiado Enfermería para poder salir del pueblo. Ya no hay locos que tomen posesión de la plaza, las justas se resuelven frente a un ordenador y el honor se subasta al mejor postor en e-Bay. Nadie fabrica sombreros de papel ni esconde el brazo bajo el sobretodo porque Napoleón jamás aparece en televisión.
Pero lo peor es que las causas perdidas se han colado por el sumidero de la fama. Lo que quedan son gritos. Llamadas de atención. El siglo recibe a los quijotes con la misma indiferencia que al original. Con compasión, con pena. Con la incomprensión del que sabe que es más fácil desfogar al aventurero interior que nunca. Con la bandera de una libertad que solo pone en el disparadero de la duda a quienes nunca son capaces de sacar los pies del tiesto. Y los que sufren, los diagnosticados, quedan atrapados en la red que encumbra a estafadores y volatineros, que copan las noticias porque saben vender, porque saben comunicar o porque ninguna de las dos cosas.
El siglo ha conseguido que los quijotes ya no tengan una causa, sino un propósito. Ya no dedican sus vidas a desfacer entuertos sino a idear la mayor quijotada para que su historia aparezca condensada en 140 caracteres. Con vídeo adjunto, a ser posible. Y se disfrazan de agentes de la ley para luchar contra el aborto en La Pedrera o persiguen a famosos con un cartón lleno de fotografías. Luego las crónicas hablan de trastornos, de naufragios en tierra, de fracasos épicos de una sociedad que condena a los locos a dormir en los parques sin un mal libro de caballería que llevarse al iglú de cartones. Ni una ayuda que sobreviva a los recortes. Ya no existen los quijotes porque conocemos el logaritmo del bálsamo de Fierabrás. Porque cuando se lanzan a luchar contra los leones, una parte de nosotros se pregunta cómo evolucionará de sus heridas. Otra piensa en incrementar la seguridad del zoo. Y la mayoría esperará el vídeo de Amarcord en el que el tío Teo por fin conoce a la Volpina.