Kobe se retira. Johan muere. Si necesita los apellidos, no siga. Entramos en el territorio íntimo del deporte, que también lo tiene. Como la cultura. Dos disciplinas que comparten los últimos minutos de un informativo, las últimas páginas de un periódico. Y casi la totalidad de nuestros sueños y momentos de ocio, de nuestras discusiones de bar, de nuestros comentarios en redes sociales. De nuestras infancias, del escalofrío que sentimos cuando nos regalaron nuestras primeras zapatillas, del primer amor, que siempre fue una estrella de cine. De lo que fuimos antes de que la vida nos lo impidiera, de lo que volvemos a ser cada vez que la vida se despista. Kobe se retira, Johan muere. Si necesita apellidos, pare aquí. Hablamos de deporte con Pablo Verdú, maestro del periodismo deportivo. Del periodismo en general, con nombre y apellidos.
Kobe se retira y nosotros sentimos que algo nuestro se va con él. “Cuando se marcha alguien así, una estrella que pone cara a un deporte, de alguna manera, se interrumpe el hilo musical de nuestra vida”, explica Verdú. “Recordamos que le vimos debutar de madrugada, en un local de hamburguesas con televisión al que ya no hemos vuelto. O que disfrutamos de aquella vez que metió sesenta puntos cuando conocimos a alguien especial. O que nuestro primer hijo nació cuando ganó su segundo anillo de la NBA”. El deporte y la cultura son nuestras escapadas a la orilla del mar. Pero también el fondo de las fotografías que conforman nuestro álbum particular. “Estos deportistas siempre están ahí. Te acompañan durante tu crecimiento y maduras con ellos. Da igual el día de la semana en que te encuentres. Pones la radio de noche, después de un día lleno de problemas, escuchas sus hazañas y sabes que la vida sigue. Que pese a todas las dificultades que te plantea la vida, Kobe Bryant sigue metiendo sesenta puntos en la cancha de los Utah Jazz, o Usain Bolt vuelve a batir el récord de los 200”, continúa Verdú. “De alguna manera, son los extras de nuestras vidas, los artistas invitados de nuestra película personal”.
La brevedad de una carrera deportiva es también un reflejo del universo. Del Big Bang al estallido de una supernova en un fugaz vine. “Vemos jugadores que nacen, evolucionan y se retiran. Nos dan una perspectiva de la propia vida, en un plazo de tiempo asumible. Nos hacemos mayores mientras los estamos viendo, a cada partido, en cada temporada. Y nos identificamos con ellos tanto porque los incorporamos a nuestra existencia”. Verdú señala también que esta identificación “es más difícil con mitos del pasado, como Cassius Clay [el mito del boxeo que cambió su nombre por el de Muhammad Ali], por ejemplo, del que sé lo que fue porque me lo contaron, aunque luego haya podido ver sus combates en internet. Pero no viví el proceso completo, como me ha pasado con Kobe, o como pasó con Michael Jordan, a cuya estela supo ponerse y de quien ha sabido ganarse el título de heredero”. “Si te identificas con un deportista de este nivel, recuerdas que desde que lo conociste, prácticamente, de alguna manera quisiste ser como él. Y cuando se retiran, ves que ya se ha acabado. Y sientes nostalgia, porque ya no eres el crío que lo convirtió en un ídolo, sino que, como él, has madurado”, asegura.
La vida se detiene durante la final de los Bulls contra los Jazz. Durante ese tiro que da la victoria final a los Lakers en el último segundo del último partido de tu vida en el baloncesto. Pero los deportistas de elite también tienen sus defectos. Y solemos perdonarlos. “Tanto él como Jordan tenían defectos, claro. Fuera de la cancha no son perfectos. Eso les humaniza, son pequeños defectos que les dan un carácter accesible. Darían incluso rabia si fueran impecables. De esta forma, podemos pensar que nunca seremos como ellos, pero que ellos sí cometen errores, como nosotros. Tienen cosas que comparten con las personas normales y corrientes”. En sus casos, no fueron más allá de una infidelidad, grave en su entorno, pero leve fuera de él. Ahora suceden cosas mucho más cuestionables, como los supuestos fraudes con Hacienda de Messi y su entorno, los cargos por malos tratos de Rubén Castro o la posible implicación de Benzema en un chantaje. “Solemos ser condescendientes con lo que hacen nuestros ídolos dentro y fuera de la cancha, perdonamos al defensa de nuestro equipo que se pasa los partidos arreando codazos o a los jugadores que salen de fiesta, pero debemos plantearnos dónde está el límite de la virtud”, sostiene Verdú. “La Federación Francesa de Fútbol ha sido muy valiente al negar la participación de su jugador de referencia en un campeonato que van a organizar ellos mismos. Ya no solo se trata de que sean los mejores sobre el césped, ahora se les exige que muestren ciertos valores”.
Muere Johan y el mundo del fútbol se estremece. En todas partes, entre los seguidores y entre los rivales. Y no solo por el gol de trapecista que supo meterle al Atlético de Madrid, por el 0-5 en el Bernabéu o por el Dream Team. También sacude el salón de una casa en la que jamás se haya visto un partido por televisión. “Cruyff da una lección distinta. Con su muerte, hemos recordado las cosas buenas, por supuesto, sus grandes éxitos. Él representa el fútbol en color, la época hippy, los camales anchos, el fútbol total”, recuerda Verdú. “Pero, sobre todo, nos dejó la lección de que puedes ser el mejor sin ganarlo todo. Sin triunfar absolutamente. Porque Johan fue el mejor jugador del mundo en su época, pero nunca ganó un mundial. Y gracias a él, sabemos que ganar no lo es todo, simplemente, es inevitable que en el podio solo quepa uno”. El impacto global del deporte, destilado en lección moral universal. “A veces, imponer tu estilo, creer en él y ser diferente puede llevarte a ser el mejor. Creer en ti mismo te compensa. Nadie en Holanda cambiaría el título mundial por la imagen que el doble subcampeón, la Naranja Mecánica, la selección de Cruyff, ha dejado hasta nuestros días. Casi nadie podría decir un solo nombre de la Grecia que ganó la Eurocopa hace cuatro días, pero sí la alineación de la Holanda de hace cuarenta años”.
Los errores de Johan se concentraron, de hecho, en el césped. “En la carrera de Johan hay muchas épocas malas. Pero nos quedamos por su apuesta, que ahora la vemos como contracultural. Su fútbol de jugadores pequeños que consiguió cambiar incluso la suerte de una entidad deportiva como el FC Barcelona, solo con una idea. Hay que recordar que ganó la primera Champions del Barça con un gol de falta en la prórroga, después de un partido en el que las principales ocasiones fueron del rival. Pero estaba tan convencido de su idea, que logró imponerla y sigue vigente veinte años después”.
Kobe se retira. Johan muere. Millonarios, distantes, geniales. Y sin embargo, dos de los nuestros. “Generaron lugares que uno guarda para siempre en la memoria. Te dan seguridad. Siempre están ahí, Cruyff rajando ante los micrófonos, Kobe anotando una canasta tras otra. Cuando uno de estos se va, sientes un vacío que no puedes llenar con un chico nuevo. Nos cuesta más identificarnos con Neymar. Pero tampoco fue igual con grandes estrellas como Shaquille O’Neal, por ejemplo. Hay mitos deportivos que son capaces de hacerte pensar que el universo es justo”, zanja. Como Kobe Bryant, como Johan Cruyff. Ahora sí, con apellidos.