Y de regalo, un sombrero

Panamá no es un país, sino un atajo. El callejón angosto que une dos avenidas y que en Londres sería lúgubre y húmedo, pero en pleno trópico es luminoso, aunque húmedo, también. El reloj que permite que los meses duren unos cuantos días menos cuando se viaja entre el viejo mercado de Europa y el joven proveedor chino. Por eso no cabe extrañarse de que los poderosos elijan las vistas al Canal para descansar mientras ponen su dinero a macerar. Cita con el abogado sin escrúpulos, paseo entre espías de Le Carré y visita breve a un banco sin ventanas donde el silencio y la opacidad cotizan al alza. Y de regalo, un sombrero que siempre queda bien en las fiestas ibicencas.Panamá

El asunto de los papeles de Panamá, probablemente, ya lo contaba Homero en la Odisea. Hombres enfrentados a otros hombres a causa de la cizaña de los dioses, esos millonarios sin cuenta corriente que se aburrían en sus despachos en el ático. Citamos a Homero como citamos a Cicerón o a Shakespeare, por su vigencia, por el dolor de ver que la política ya era corrupta antes de que la inventáramos y que hasta el corazón de una persona tiene un precio en manos de un mercader veneciano. Solamente cambian los métodos, solamente el secreto es distinto. Hemos sustituido las antorchas de la Bastilla por la filtración de datos por internet. Pero la codicia es la misma, el gravamen siempre gira en la misma dirección y la indignación es idéntica a la que campaba en el Sherwood de Robin Hood. Y tan efímera.

La humanidad avanza entre tramos largos y aburridos separados por cortas pero intensas batallas, como en el Final Fantasy o El señor de los anillos. La publicación de los papeles de Panamá no es más que otra prueba de que el hastío lleva a la revolución, que únicamente cuenta con la urgencia de la desesperanza. Y de que estamos a las puertas de la contrarrevolución, que tiene el aliento largo del dinero. Protestaremos, parecerá que nos hacen caso y volverán a urdir nuevas formas de evitar que los secretos de alcoba acorazada salgan a la luz. Volveremos a gozar de los cinco minutos de poder que nos da allanar el cuartucho donde los ricos guardan el brasero. Veremos su trastienda, capturaremos algunas piezas de caza menor y perseguiremos esa sombra que escapa por la ventana y siempre corre más que nosotros. Pero no haremos más que activar su paciencia. Darwin vio la evolución en el pico de los pinzones. La nuestra radica en la capacidad para evadir impuestos.

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