Tom y Huck

El pasado viernes, el ilustrador Pablo Auladell (Alicante, 1972) presentó en la librería Pynchon&Co sus dos últimos trabajos, las ilustraciones para Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn, dos libros de Mark Twain publicados por la editorial Sexto Piso. El Faro del Impostor participó como acompañante de Auladell  en su descenso por el Mississippi.

 

Cuenta Auladell que necesitaba respirar tras un trabajo feroz como el que condujo a la publicación de El paraíso perdido (Sexto Piso, 2015), su adaptación del poema de John Milton. El laberinto de fechas, cambios y reconstrucciones había sido “demasiado denso”, por lo que el ilustrador buscó “algo más fresco”. Para tomar aire y apartarse del azufre de la respiración del Ángel Caído, Auladell eligió otro encargo de la misma editorial. Se trataba de poner cara a dos personajes “icónicos, incorporados a nuestras vidas desde la infancia”, Tom Sawyer y Huckleberry Finn, dos criaturas nacidas en las riberas sureñas de Mark Twain.

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Pablo Auladell, durante la presentación de sus trabajos en la librería Pynchon&Co de Alicante.

La propuesta continuaba la labor de puesta al día de clásicos de la literatura emprendida por Sexto Piso. Y lo que encontró el dibujante fueron dos reflejos distintos de una misma realidad. Por un lado, la infancia pura de un niño travieso e imaginativo, Tom Sawyer. Por otro, la fuga de dos proscritos, Huckleberry Finn y el negro Jim, un vagabundo y un esclavo que surcan el Mississippi en busca de la libertad, aunque según conceptos distintos. “El de Tom es un libro más solar, más luminoso”, recuerda Auladell, “mientras que el de Huck es más oscuro y más desconocido”.

Twain hace acopio de anécdotas de su pasado en el corazón fluvial de Missouri y las cose en un solo traje, el de Tom Sawyer. Hila así un libro festivo, aventurero, infantil. Para ilustrarlo, Auladell tuvo que eludir cualquier acercamiento a otros tomsawyers, tanto de papel como en sus adaptaciones para cine y televisión. Y lo hizo por la vía de la memoria. “Decidí dibujar los recuerdos que yo mismo tenía del personaje”, explica. Su trabajo tomó rápidamente un tono “amarillo, lleno de luz”. Y un discurso “de ilustración antigua, de las que enlazaban las imágenes al relato e incluso llevaban un pie con el texto original en el que se basaban”. El primer reto era dar con Tom. Y fue probando hasta que consiguió “que estuviera vivo”. Un simple hallazgo resolvió el jeroglífico, “la pipa de maíz que usa el personaje” fue la que animó el conjunto y dio cuerpo a todas las ilustraciones. Quedó así un muestrario de retratos de los integrantes de las historias de Tom, en el que Auladell no quiso ser ni el niño Tom ni el adulto Twain, sino una especie de vecino algo mayor que Tom y que toma apuntes del natural en el San Petersburgo en el que se desarrolla el relato. Para dar continuidad al engarce con el texto, el ilustrador insertó las frases en inglés en los dibujos, “como si hubiera sido el propio Tom el que las escribiera”.

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Bocetos previos de Pablo Auladell para ‘Las aventuras de Tom Sawyer’.

Aunque se publicó un año después, Auladell abordó Las aventuras de Huckleberry Finn al acabar las de Tom Sawyer. Y la variación del discurso de Twain se hizo evidente desde el principio. “Nada más empezar, cuando Twain deja la narración en el propio Huck, ves que el libro es muy distinto, un germen de la literatura norteamericana, una manera muy diferente de escribir”. Con Huck Finn, la atmósfera se oscurece. Tom es un quijote con muchas lecturas de aventuras que “donde no ve gigantes, se los inventa”. Huck es un sancho que solo necesita inventar cuando tiene que escapar de una realidad que no siempre ve con buenos ojos a un pequeño vagabundo, hijo de un borracho peligroso que lo maltrata, que escapa con un negro en una balsa de troncos. El retrato luminoso del primer volumen se convierte en un paisaje apagado en el segundo. “Pese a que el estilo de los personajes es muy parecido”, continúa Auladell, “el texto de Huck Finn te obliga a ir más allá”. Hay aventuras hilarantes, incluso entremeses casi cervantinos. Pero como en la representación teatral que desencadena el último acto de Hamlet, lo que subyace detrás es una tragedia oscura.

En las ilustraciones de Auladell para Huck y Jim, aparecen las nubes. Hay pesadumbre, superstición y cadenas en los tobillos. “Las aventuras de Huckleberry Finn son la mejor manera de entender cómo vivían los blancos y los negros en un país que permitía la esclavitud”, poco antes de que una guerra civil impusiera el abolicionismo. “Tendemos a pensar que todos los negros eran como Kunta Kinte”, indica Auladell, “una especie de Espartaco que piensa en liberar a su pueblo”. “Pero no. Twain nos muestra que los negros eran unas personas ignorantes que no tenían conciencia de estar sometidos a los blancos. El personaje de Jim no quiere liberarse por una cuestión moral, sino simplemente porque quiere estar más cerca de su mujer y sus hijos”, continúa. “Incluso un vagabundo, un paria como Huck, se siente por encima de los negros”, sentencia el ilustrador. Y ambos se someten sin preguntas a los demás blancos. La lucha de la conciencia de Huck por entender a Jim y superar todos sus prejuicios raciales es uno de los esqueletos de la narración. Sin épica. Sin moralejas. Sin el buenismo imperante en la actualidad.

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Pablo Auladell explica su proceso creativo.

Este clima social cambia la narrativa de Twain y, consecuentemente, los dibujos de Auladell. Y si la pipa de maíz fue el detonante para encontrar a Tom, Jim fue el guía que llevó al ilustrador hasta Huck. “Quería que el negro Jim fuera un tipo normal, apesadumbrado, miedoso y bonachón”. Las ilustraciones dejaron de ser referenciales y se centraron más en la descripción de la atmósfera del libro.  Que, pese a todo, sigue su curso por el Mississippi hasta llegar a su final en una balsa de troncos, “el mejor hogar”, según Twain. “En otros sitios uno se siente agobiado, pero en una balsa no. Uno siempre se siente muy libre y tranquilo y cómodo en una balsa”. Palabra de Huck Finn.

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