Jornada de reflexión

No sé en qué basarme. Desde luego, no en los partidos políticos. Con su trile de principios, su vaivén de tendencias y esa enojosa costumbre de convertir sistemáticamente el parchís de colores en un monopoly para los que siempre ganan. No puedo basarme en su programa porque solo uno lo tiene a disposición de los votantes en todas las circunscripciones, pese a que en estos comicios es más importante que nunca. Ni en su letra pequeña, ni en sus perchas para reinterpretar las leyes, ni en las promesas que llegan hasta a contradecir sus propios ideales con tal de captar los votos del desengaño y la decepción. No puedo basarme en sus listas, tengo amigos en partidos conocidos a los que nunca votaré; tengo conocidos a los que nunca votaré en partidos amigos. No puedo basarme en sus medias verdades, en su miopía a cuatro años vista, en sus arrogancias con bolsillo ajeno, en su incapacidad para imaginar, en su empeño en improvisar, en sus ataques de megalomanía, en sus contabilidades cerradas a cal y canto, en sus miedos a las (verdaderas) alturas. En su impunidad de mercachifles al por menor. En su catálogo de vendettas y rencores. En su querencia por malgastar balas de fogueo contra el cartel de enfrente. En su incapacidad para centrarse en propuestas. En su manía de exagerar la irrelevancia de las campañas electorales. En su, en realidad, desdén por la política.Reflexión

No sé en qué basarme. Desde luego, no en los medios de comunicación, en cualquier canal de información, imprescindibles durante el desarrollo de la legislatura, pero totalmente irrelevantes a la hora de anticiparse al voto. Tan subjetivos, rencorosos, vendeanuncios, posicionados, dependientes, maniqueos y serviles como cualquiera de nosotros. No puedo basarme en portadas que no puedo creer, en líneas editoriales que no quiero leer, en filtraciones con elevadísimos tipos de interés, en proclamas sobre una verdad que no existe, en su entomología de anecdotarios. Tampoco en cargos altos y medios que se pasan al departamento de publicidad durante la campaña electoral. Ni en los periodistas que juran que trabajan de pie, en los que se engolan con el cuarto poder, en los que alardean de su independencia como si no la tuvieran, en los que denuncian que otros escriben con la palma de la mano hacia arriba para pedir subvenciones. En algunos casos, hasta son los mismos. Tengo amigos en medios conocidos que nunca leería; tengo conocidos que nunca leería en medios amigos. No puedo confiar en que me ilustren, en que me encaminen, en que me iluminen, porque hasta que no se rellene el quesito de los escrutinios, estarán incluso más perdidos que cualquiera de nosotros.

No sé en qué basarme. No tengo un abuelo que luchara por mi derecho a votar. No confío en la buena voluntad. No creo tanto en la democracia como en el consenso. No coincido en casi ninguna de las lecturas posibles. No tengo más fe que algunas canciones de Dylan, casi todos los libros de Dostoievski y tres películas de Orson Welles. No creo en la manada, ni en la infalibilidad, ni en la influencia de los astros. He visto el error, el fracaso y la resignación. He visto la ignorancia, la indolencia y la imposición. Tengo amigos que parecen tener claro su voto y amigos que jamás votarán. Tengo la manía de tratar de entenderles. Y también entiendo la importancia del asunto. Pero nadie es capaz de enseñarme a saber en qué basarme.

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