Todo es política. Pongamos una anciana vestida de negro, con el pelo blanco y descuidado y toda la vida brillando en unos ojos tan pequeños como el cuerpo que le va menguando por la edad. Pongamos que cada viernes va al mercado y vuelve cargada de bolsas, aunque haya discutido mil veces con su hijo por no usar el carro que le regaló. Pongamos que para entrar en su edificio, debe dejar su compra en el suelo, buscar la llave en su vestido de luto, afanarse en atinar con la cerradura con esos ojos cegados por la vida que le brilla en la mirada. Cada viernes, dejar las bolsas, abrir la puerta, aguantarla con el lomo vencido como la balda de una librería, recoger la compra, llevarla al ascensor. La montaña de Sísifo.
Pongamos que nos encontramos con ella. Que sentimos la necesidad de ayudarle. Que nos ofrecemos a colaborar en su martirio de cada viernes. Ella nos mira con una sonrisa que brilla más que la vida. Nos calibra para saber en qué punto estamos del recorrido que va entre el asesino de ancianas y el viejo boy scout. Quizá lucha con el orgullo de quien no ha necesitado ayuda en toda su vida. Quizá piensa por un momento en el carro que le ha regalado su hijo y que ahí está, en un rincón del recibidor. Quizá agradece de veras el ofrecimiento, pero no acaba de fiarse. Todo es política. Y la política consiste en decidir si debemos obligar a la anciana a que nos deje entrar las bolsas hasta la orilla del ascensor y aterrorizarla así con la posibilidad de que le estampemos la cara contra un escalón. O simplemente aguantarle la puerta para facilitarle la escalada a la montaña de Sísifo y seguir nuestro camino con la conciencia bien ventilada como la de un boy scout. Aunque hubiéramos preferido dejarle la compra sobre la encimera de la cocina. Y no se preocupe señora, que no es molestia.
Sabemos que Donald Trump está en el catálogo de sociópatas que piensan que todo se arregla con dinero. Sabemos que para que una mujer, en su caso, Hillary Clinton, llegue al peldaño más alto de la política mundial, lamentablemente aún debe alejarse del comportamiento de una girl scout. Sabemos que nuestros candidatos se manejan entre la intrascendencia y la nada, incapaces de hacer política ni una sola vez en su vida. Sabemos que cada una de nuestras decisiones es una pequeña derrota, sabemos que cada triunfo conlleva una pequeña humillación para el de enfrente que deberíamos tratar de minimizar. Ahora solo falta que ellos también lo sepan. Todo es política.