La metamorfosis de Landis

Parecía que iban a devorar el mundo con sus colmillos de jóvenes airados, pero al final acabaron empapados con los implacables jugos gástricos de Hollywood. Siempre un peldaño por debajo del grupo que cambió la industria del cine en los 70 –Coppola, Scorsese, Spielberg, Lucas-, la Generación Z del cine de terror estaba dispuesta a provocar un caos de insomnio, gritos, temblores y sombras en movimiento. Para ello, supieron añadir el ingrediente que faltaba, la carcajada abierta con los ojos cerrados. Y durante un tiempo, lo lograron. Eran John Landis, John Carpenter, Wes Craven, Joe Dante y, empinado sobre su propio ego, George A. Romero. Suyo es el legado de zombies y bichos terroríficos, suyos son Freddy Krueger y los gremlins, suya era la reinterpretación de los monstruos clásicos, suyas son la mayoría de las ideas con las que se ruedan las secuelas y remakes de la actualidad. Pero, como pasó en la música con el punk, su propia condición de jóvenes, rápidos y baratos les apartó de la escena. Hollywood solo quería brillos. De todos ellos, él único que sobrevivió no trabajaba en los platós. Se llamaba Stephen King y sigue escribiendo bestsellers.

Salvo Carpenter, el más listo de la banda –y con un considerable parte de lesiones en taquilla-, ninguno de ellos ha sobrevivido al imperio del anime japonés, el gore de Saw y la recuperación de los exorcismos que rigen el terror de nuevo cuño. Tampoco a la decisión de Spielberg de dejar de nutrir a la camada. Ni siquiera el más avispado de todos, John Landis, que debió de aburrirse al verse condenado a rodar con Eddie Murphy en producciones de medio pelo. De nada le valió enlucir su currículo con películas como Granujas a todo ritmo o el videoclip que cambió el rumbo de la industria musical y obligó a crear la MTV, el Thriller de Michael Jackson. Y, peor aún, de nada le sirvió dominar el lenguaje de la cámara y el arte del montaje como Hitchcock o Eisenstein.

Solo por la transformación de Un hombre lobo americano en Londres, Landis merece pasar, cuando menos, a las academias de cine. Y al inventario de metamorfosis, ya puestos, ahora que se celebra el centenario de la de Kafka. Frente al abuso de efectos especiales digitales del nuevo siglo, los 80 y los bajos presupuestos imponían imaginación. Planificación. Cortes. Planos de recurso. Trucos. Enfoques. Cables, látex y buenos encuadres. Más brillantez a la hora de ocultar que a la de mostrar, como recordaba Berlanga de los tiempos de la censura en España. Junto al excelente maquillador Rick Baker, y la voz de The Marcels entonando Blue Moon, en menos de tres minutos Landis da una lección de cine. De cualquier género. El terror no volvió a alcanzar una maestría igual hasta El sexto sentido, de M. Night Shyamalan. Pero ya se encargó Peter Jackson de demostrar que había llegado tarde. La era digital anuló cualquier intento de rodar con criterio. Hasta nueva orden.

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