Somos binarios. Como un ordenador. 1, encendido. 0, apagado. Y así nos programamos, para encontrar la solución más fácil que elimine todas nuestras dificultades. 1, sí. 0, no. Lo cual disipa la niebla de cada mañana, pero nos entorpece el conocimiento global de lo que heredamos al nacer y de lo que dejaremos después. 1, ahora. 0 ayer o mañana. Por eso necesitamos el Mal, para poder instalarnos en el Bien. Sean cada uno de ellos lo que nosotros queramos que sean. Luego llega un artículo como el de Luz Gómez García en El País y nos lo desbarata todo. La batalla de Alepo como exaltación y, a la vez, elegía del gris. Del 0,5. De un error de configuración en nuestros procesadores.
La guerra en Siria es un gran ejemplo. Comenzó como revolución y algarabía. Como lucha contra el tirano. Era fácil de comprender. 1, los rebeldes. 0, Bachar El Asad. Necesitamos un Hitler, un Stalin, para posicionarnos. La Historia no entiende de puntos ciegos. De cajones por revolver. De espacios diáfanos donde la cocina de las buenas intenciones comparte espacio con la ducha de Auschwitz. Sin embargo, todo se complicó cuando entró en liza un elemento de distorsión, el Estado Islámico (ISIS). Según la analista, fue un gambito de rey de El Asad. Y funcionó. Nos dejamos engañar. Y ya no hay manera de desentrañar el enigma del apoyo internacional. La mera incursión de un nuevo villano en la escena nos desconfiguró todo el sistema operativo. 1, los rebeldes. 0, el ISIS. Y ya no supimos dónde ubicar a El Asad. El triunfo de las bombas de humo, el conflicto de la tercera vía.
Cuando perdemos de vista la silueta del Mal, no hay manera de encontrar la perspectiva del Bien. Pero en vez de formatear nuestro disco duro para volver a la casilla de salida, seguimos adelante a ciegas, convencidos de que ya encontraremos otro asunto en el que aplicarnos. A no ser que llegue el fotógrafo Manu Brabo y desde El Mundo insista en ubicarnos en la caseta de información del laberinto. 1, los ciudadanos que padecen el asedio y que simplemente tratan de amanecer cada día. 0, todo lo demás. Y vuelta a empezar, hasta que la guerra y los muertos sirvan de cláusula inicial de una nueva negociación lucrativa para todas las partes. O para casi todas.