Imposible dejar pasar el único día en el que la magia se decreta en cada casa. En el que el mejor truco de escapismo es el que saca de la cama a los niños a las dos de la mañana, en el que un correteo por el pasillo suena como un abracadabra, en el que una chistera se transforma en tres vasos de leche, un cubo de agua y un dique de regalos bajo el árbol de Navidad. Imposible dejar pasar el único día en el que todos somos prestidigitadores empeñados en dar vida a las sombras. Imposible dejar pasar el único día en que el verdadero poder de la magia consiste en demostrar que la magia existe. Y que no se desvanece cuando cambiamos el colacao por el café con leche, la mochila de los libros por la caja de herramientas o los rasguños en las rodillas por un par de facturas domiciliadas.
Da lo mismo un pase de varita, un cambalache de cartas o el cuerpo de un amable voluntario del público serrado por la mitad. Lo verdaderamente maravilloso de la magia no es que sea sobrenatural. El truco más fascinante es que no lo es, sino que nos podemos topar con ella cada tarde. La magia consiste en olvidar lo que sabemos para entregarnos sin condiciones a lo que percibimos. A lo que sospechamos. A lo que querríamos creer. Magia es el funcionamiento de los analgésicos, el elevalunas eléctrico, el control remoto de un ordenador. Es ese momento en que nos atrapa que el reflejo de la luna no alumbre todo el mar, una décima de segundo antes de que recordemos la ley física que lo permite. Magia es que haya sido precisamente un mago el que lleve veinte años enseñando a los niños que el polvo de hada que nos permite volar impregna las páginas de todos los libros. Magia es saber que cuando abandonamos una habitación, las sillas levantan una de sus patas. Magia es no tener la menor necesidad de demostrarlo.
Imposible dejar pasar el único día en que permitimos a los niños escuchar el frufrú de una capa al otro lado de su habitación o desconfiar del cartón piedra de una buena capa de betún. Imposible dejar pasar el único día en que nos imponemos ser Houdini o Tamariz. Porque creer en la magia no solo es mirar hacia las sombras confiando en que vengan cargadas de sorpresas. Creer en la magia también es llenarlas de regalos, porque perder la inocencia no hace que la magia desaparezca, solo nos convierte en magos. Imposible dejar pasar el único día en recuperamos el hilo invisible que nos une a la magia y no nos avergonzamos de apelar al ilusionismo. Ni de esconder la realidad tras desaparecer envueltos en un buen estallido de pólvora y humo.