Nuestra historia

El cine es nuestra mejor memoria. Mejor que nuestras fotografías, que no son más que recuerdos que no podemos modificar y que siempre son peores que los que nosotros queremos recordar. En el cine no solemos aparecer, con él nunca envejecemos, y por eso regresamos a él, para sentirnos tan vivos como entonces. Una película es también la primera cita con aquella muchacha que desapareció, los pasos de baile a la salida de un musical, el verano en que recibimos nuestra primera paga, el momento en que por primera vez decidimos lo que íbamos a hacer aquella tarde, cuando nos apeamos en marcha del vagón de nuestra infancia y nos atrevimos a adentrarnos en una vida propia, en la que la salida la marcaba el hombro desnudo de una actriz.

cinememoriaEl cine es esa película que marcó a una generación y el actor que acaba de morir dejando huérfano un mito que nunca fue el nuestro, sino el de alguien que traía más cine en la mirada que nosotros. Nunca quisimos ser Bond, porque nuestra infancia lo relacionó con un protagonista que solo era más guapo que nosotros y empezamos a entender que con ser guapo no bastaba. No luchaba con los nazis por un pedazo de madera, no defendía a la galaxia de un imperio opresor, ni siquiera era el villano que todos quisimos ser. La muerte de Roger Moore nos ha pillado desprevenidos, como la muerte de un vecino que siempre nos regalara caramelos, como la de aquel profesor que no nos dio clase, pero del que todos hablaban bien, como la de un familiar al que vimos dos veces pero del que siempre habíamos oído la misma historia, mil veces repetida. Y nos afecta porque nos recuerda que la vida es una película que siempre acaba mal.

El cine es también nuestra educación. Las matemáticas que nos defienden al comprar un kilo de alcachofas, el lenguaje que nos ayuda a descifrar una carta de despedida. La religión que nos ayuda a regir nuestro designios lejos de los dioses, la filosofía que nos ayuda a entender quiénes somos, de dónde venimos y a dónde iremos a parar. Las malas películas nos ayudan a descubrir que no existe la vuelta atrás, que aquello que nos deslumbró un día está lleno de trampas de saldo y guiones absurdos. Y las buenas las utilizamos para fijarnos al suelo, para salvarnos de las arenas movedizas, para saber que aunque todo escape de nuestro control, siempre podremos volver a aquellos clásicos que nos regalan nuevas miradas mientras permanecen inalterables al tiempo. Y aunque estemos empeñados constantemente en malbaratar con secuelas y remakes imposibles los momentos en que fuimos felices, sabemos que siempre podremos volver a la película original. Para volver a soñar tranquilos.

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