La huida

Según cuenta Carlos E. Cué en El País, una familia siria refugiada en Argentina ha decidido volver a Alepo. Al parecer, los Touma no han sabido adaptarse a un traslado que les ha parecido casi interplanetario, del norte al sur, de la ciudad al campo, del árabe al español, de la guerra a la paz. De la vida normal que habían elegido, enterrada bajo los cascotes y los restos de metralla, a una vida normal que no habían elegido, en la que encontrar trabajo, relacionarse con extraños, reencontrar a parte de la familia, llevar a las niñas al colegio y sortear a los perros cimarrones que campan por las calles argentinas les resultó más difícil que escapar de los bombardeos. Los Touma han vuelto. Han reabierto su perfumería, milagrosamente ilesa. Y viven felices, pese al suspense diario de las noticias, a los cortes de electricidad y a la falta de agua potable. Pese a que el conflicto de su país está lejos de acabarse.Huida

La primera lectura es fácil, hasta para quien no quiere entenderla. Los refugiados no huyen en busca de un futuro, sino en espera del pasado. Salen porque no tienen más remedio, por miedo, por prevención, por seguridad. Escapan porque están deseando volver. O porque su mundo ha desaparecido y se ven incapaces de cubrir los huecos de su historia, como ocurre con los Barbar, otra familia de refugiados siria que sí ha decidido quedarse en Argentina. La segunda lectura es más complicada, porque hace añicos nuestro espejo particular, destroza a arañazos la tapicería de nuestro sofá de Occidente. Los Touma han decidido parar el reloj de su fuga, volver a la casilla de salida, donde ya no hay casilla ni salida. Han cegado todos sus túneles, han supeditado el arraigo a una supervivencia incierta. Y nadie los entiende, circunstancia que les incomoda, porque, en cierta medida, han alterado el curso natural de las cosas. Si no huimos del terror, no sabemos de qué huimos.

No hacen falta unos barrotes para organizar una fuga, no necesitamos una guerra para huir. A veces, simplemente basta con el contorno de nuestra sombra para escapar corriendo sin mirar atrás. La huida también es inquietud, búsqueda, desidia. Incluso pavor a tener que saludarnos cada mañana como hacemos cada mañana. Es casi consustancial al ser humano, el animal nómada que triunfó por su capacidad de adaptación a cualquier medio. Desconfiamos de quien no quiere siquiera hacer turismo. Pero si los Touma, que están en el extremo de la fuga, que de verdad la necesitan para salir adelante aunque sea momentáneamente, prefieren volver a Alepo, entonces sentimos, por un lado, que tampoco estamos tan a salvo. Y por otro, que desaparecen nuestras excusas para poder desaparecer.

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