Los siete planetas nuevos carecen de movimiento de rotación, como la Luna. Al parecer, siempre ofrecen la misma cara a su estrella. Tienen una mitad diurna y otra nocturna. Dos mundos en uno que nunca se encuentran, el día y la noche, la umbría y la solana, el yin y el yang, Lady Halcón y Navarre. No debemos preocuparnos, entonces, en torno a su habitabilidad. Más que ofrecer las condiciones necesarias para nuestra colonización, están partidos por la mitad por la luz que les llega desde Trappist-1. Tan divididos al cincuenta por ciento que más que astros rocosos, son en sí mismos humanos. Monárquicos y republicanos, psicópatas y altruistas, rurales y urbanitas, conservadores y progresistas, desconfiados y acogedores, Borges y Cortázar, Beatles y Stones, sevillistas y béticos.
La noticia ofrecida por la Nasa esta semana –el descubrimiento llegó hace un año desde un pequeño telescopio de la Universidad de Lieja- ha vuelto a constatar que la humanidad es bipolar y que, probablemente, somos irreconciliables. Por un lado estaban los que instaban a la Nasa a preocuparse más de lo que pasa a ras de suelo, de la capa de ozono y de la conservación de una especie que hace lo que puede por autoextinguirse. Por otro, los que sienten un pequeño escalofrío cada vez que nos llega una voz desde el espacio exterior. Aparecieron los que defienden la existencia de vida en otros planetas y los que piensan que, en realidad, los alienígenas somos nosotros. Y que, a la que podamos, organizaremos una guerra de los mundos a cuarenta años luz de distancia para seguir colonizando como se acostumbraba hace cinco siglos, ahora que nos da miedo que nos colonicen hasta las ideas.
En cualquier caso, el hallazgo volvió a estimular la imaginación, que es el material del que está hecho el futuro hasta que la ciencia le da o le quita la razón. Y, también, el motor que nutre a la misma ciencia. Siete planetas nuevos con una cara oculta, como la Luna. Un buen argumento para volver a agitar los fantasmas de Rockwell, los monolitos de 2001 y las minas subterráneas de Atmósfera Zero. Un tablero para unir la ventana de nuestro apocalipsis con la de la esperanza de una mudanza a tiempo. Una nueva rendija por la que escapar a otros mundos cuando no encontramos en este las condiciones para una perfecta habitabilidad. Optimistas y pesimistas. Alegres y depresivos. Iluminados y oscurantistas. Somos como ellos. Siete planetas partidos por la mitad sin movimiento de rotación.