Para C.
A veces la vida consiste en salir a la calle y evitar que te aplaste un hipopótamo. O que te cace un tigre. Es lo que pasó en Tiflis, la capital de Georgia, esta semana, cuando un temporal desencadenó un apocalipsis de barro que destrozó las instalaciones del zoo local. La población asistió aterrorizada a un desfile selvático de animales con hambre y miedo que deambulaban entre los destrozos que había causado la riada. Un tigre albino llegó a matar a una persona. Aunque a veces, a la vida se le puede dar la vuelta. Y entonces consiste en salir a buscar la comida que hasta ayer siempre te habías encontrado en una jaula, en volver a desarrollar un instinto de cazador hambriento que has estado a punto de perder en cautividad, en tratar de eludir los disparos de unos cazadores que se encontraron con el safari de sus vidas en la esquina de su calle. En sobrevivir enfangado hasta las corvas en una jungla de asfalto que ni es jungla ni era de asfalto.
A veces la vida consiste en levantarte una mañana y leer en los periódicos que tus padres aseguran que no eres negra, como tú ya te habías creído. La activista por los derechos de los afroamericanos de Estados Unidos Rachel Dolezal, hasta ese momento negra, se encontró durante el desayuno con la noticia de que es blanca, con los restos de la vida que tan cuidadosamente se había fabricado abatidos a disparos de fuego amigo. Arrasados, descoloridos, enfangados, como víctimas del temporal de Georgia. De su último pasado solo quedaba en pie una impostura del perdedor, un suculento subgénero del fraude. Como la de Enric Marco, el falso prisionero de Mauthausen. Como la de la muchacha española que lideró a las víctimas del 11-S cuando había estado tan cerca del World Trade Center como todos los que no estábamos en su interior aquel día. A veces, a la vida se le puede dar la vuelta. Pero hay que tener cuidado de no tropezarnos con lo que somos en realidad.
A veces la vida consiste en amasar tanto dinero como para invertir en el búnker que nos salve del fin del mundo. En convertirse en millonario por un simple miedo exacerbado a no poder escapar de la muerte. En acumular ganancias para distinguirte de los pobres que luchan contra el barro y los tigres, contra la raza propia y la de los demás, contra la caries, contra el hambre o contra la entrampada cuesta del fin de mes. Aunque a veces a la vida no se le puede dar la vuelta. Y es necesario comprender que existe el punto final. Que una mansión subterránea y blindada no te va a salvar. Que la eternidad no se encuentra en un spa de lujo con vistas a la Tercera Guerra Mundial. Niños a mitad de precio.
Conozco un tipo que ya no va a poder escribir sobre tortugas. El asunto es intrincado y difícil de explicar. Os dejo que completéis el relato, tan real como inverosímil. Se le puede dar la vuelta. Conozco unas tortugas que se han quedado sin cronista. A veces la vida consiste en buscar sentido a historias así.