Un futuro de cartón

La mayor diferencia entre una ameba y un ser humano es que la ameba sabe rectificar en su camino evolutivo. Al ser humano le cuesta aceptar que dar un paso atrás puede recolocarle las vértebras, pongamos por caso. O recuperar sensaciones que había perdido por esa ciega fe en que el progreso jamás compra billetes de vuelta. La empresa japonesa Nintendo ha entendido que los niños apenas tienen nada más que futuro, por lo que necesitaban dar un paso atrás. Y ha creado Nintendo Labo. En sus propias palabras, una nueva forma de jugar. Tan revolucionaria, que ya estaba en vías de extinción. Los creadores de Super Mario Bros han comprendido que la clave del futuro estaba en el pasado. Que los niños deben jugar como lo hacían sus padres. Al fin y al cabo, el juego es el manual de instrucciones con el que los humanos aprendemos a desenvolvernos fuera de la placenta materna.

ColumpioCartón, mecanismos, movimientos e imaginación. Y cuanto más lejos de un asiento, mejor. La deslumbrante novedad de Nintendo es una serie de recortables que se activan con la pantalla y los mandos de su última consola, la Switch. Una caña de pescar, un piano, una moto, un robot. Todo aquello que un humano de cualquier edad puede considerar divertido, al alcance de la mano. Porque de eso se trata, de usar las manos, de volver a tocar la materia, de ensuciarnos con el barro moldeable de la imaginación. De asistir al hipnótico vals de los engranajes. Y bailar, saltar, luchar contra gigantes. Después, solo después, llega la tecnología. Como apoyo y refuerzo en un mundo que tiende al bit, la realidad aumentada y la suave calima de los espejismos.

La firma japonesa nunca ha olvidado sus inicios, sigue alimentando su alma de empresa juguetera, más que tecnológica. Y tampoco olvida que está inmersa en la sociedad, a la que constantemente da respuestas. Lanzó la NintendoDS para todos aquellos que jamás se habían acercado a una pantalla para dejar correr el tiempo, ancianos y mujeres, principalmente, con propuestas que servían para alimentar la memoria o aprender otros idiomas, por ejemplo. Lanzó la Wii porque se olió que las consolas eran las grandes ausentes en las reuniones de amigos, en las que apetece cantar o responder preguntas sin necesidad de que alguien se apodere a solas de un joystick. Y ahora parece lanzar Labo porque no quiere que los niños se aíslen frente a una pantalla, ni que los videojuegos se parezcan cada vez más a una superproducción de Hollywood. Quiere que cuenten con sus padres para armar los modelos que necesitan, quieren que los compartan con su entorno, quieren que escapen de la nube del mercado online. Quieren que acaben fascinados como una niña del siglo XIX ante un kinetoscopio. Quieren que jueguen. Como niños.

La propuesta es brillante. Y quizá, solo quizá, un descalabro comercial. Porque lanzarse al cartón en un mundo que ha olvidado los átomos parece tan revolucionario como buscar en el supermercado una zanahoria plantada, nutrida y cosechada de manera natural. Los recortables son una idea loca, diseñada por un ingeniero loco, aceptada por una directiva de locos en una empresa que se ha despeñado más de una vez por el índice Nikkei. Como locos, sin importarle demasiado. Saben que Mario es un icono perfecto, un pasaporte hacia la excelencia y un seguro de vida. Carecen de ese afán imperial de dominar el planeta que caracteriza a las empresas occidentales, sobre todo las norteamericanas. Pero, sobre todo, han aprendido de la ameba. Y entienden que un paso atrás es la manera natural de tomar impulso.

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