Huyo de este agosto criminal, sangriento y sudoroso. De este agosto que mata cada día. Que mata los lunes, que asesina los martes y estalla por los aires los jueves por la mañana. Escapo de su aroma a muerte malsana, a muerte evitable, a muerte a golpes de cal y semen ardiendo. No me gusta el agosto que arde en los montes, que aprieta su cordón de grados Celsius, que asfixia a los buenos y recluta a los malos en despachos con aire acondicionado. No soporto agosto ni su inestabilidad de cabañuelas. No soporto agosto ni su crueldad de desierto y chicharras que no callan. No soporto sus vuelos de buitres sobre Monument Valley, sus pruebas atómicas, su pereza con apartamento en la costa ni esa presunta misericordia con la que rola a Poniente para secar la humedad. No soporto no encontrarle más ventaja que evitar doblar los calcetines o poder ducharte una y mil veces al día sin tener que abrir el agua caliente.
Uso un túnel de viento para fugarme de este agosto miserable que se alía con la canícula, la desnudez y el aburrimiento para vomitar el mal sobre las playas abarrotadas y las rutas para veraneantes con brújula y sin norte. Un mal que nunca tiene el rostro ni la cadera de Kathleen Turner en Fuego en el cuerpo, sino las costuras revenidas del Frankenstein de El espíritu de la colmena. Agosto es precisamente ese monstruo fabricado a partir de nuestras miserias, de nuestros miedos y complejos, de nuestros secretos, de nuestra incapacidad para adaptarnos al grupo, al vecindario, a los flujos migratorios. Y menos a la pareja y a los hijos de la expareja. Odio su minutaje largo y lento, su resaca en la playa y su convocatoria para masas que preferirían estar solas.
Cierra el Faro una semana. Para huir de este agosto envenenado y con luz. De este rosario nocivo de titulares infames. De este terror cotidiano que desgrana muertes en un reloj de arena de playa. De este tirano sin traje que esconde su intolerancia tras unas gafas de sol. No me despediré de agosto ni le saludaré cuando vuelva a encontrarme con sus muertes en tirantes, inexplicables, calcinadas o ahogadas junto a las rocas por un golpe de calor. Hasta pronto.