El día de los relojes parados por obras

El 29 de febrero es el único día en que vivimos en un reloj parado por obras. Lo cual es muy beneficioso para el cocodrilo de Peter Pan, pero terriblemente angustioso para el Capitán Garfio, que no sabe dónde esconderse en los años bisiestos. Se nos pasará como un lunes más, como otra oportunidad perdida para prolongar la desidia de las tardes de domingo. Lo emplearemos para pactos de Estado, para comentar la ceremonia de los Oscar o para leer las últimas informaciones de Juan Nieto sobre la corrupción del PP valenciano. Habrá quien cuelgue un cuadro, acompañe a sus hijos al entrenamiento de baloncesto o pasee junto a la playa para ver atardecer. Pero la mayoría permaneceremos ajenos al ajuste con la velocidad de los astros, que siempre van más rápidos de lo que nos atrevemos a creer.Bisiesto1

Hemos acabado por aceptar que el 29 de febrero no es más que un recordatorio de que en verano se celebrarán las olimpiadas. Olvidamos que dar cuerda a un reloj desajustado nos permite tomarnos un tiempo para ir despacio. Aunque solo sea un día cada cuatro años. El día bisiesto debería ser como la ceremonia del té del Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo. Un paréntesis de sinrazón entre tanta sensatez, rutina y responsabilidad. La oportunidad idónea para mojar los relojes en una taza caliente. El próximo lunes habrá, sin duda, quien dedique cinco minutos a mirar por la ventana el paso de una bandada de gaviotas. Pero la mayoría nos incomodaremos enseguida y continuaremos nuestro camino hacia la madurez, como Alicia.Bisiesto2

El próximo 29 de febrero encontraremos en internet un sinfín de listas de cosas que sucedieron un 29 de febrero. También tiernas historias sobre gente que cuenta su edad de cuatro en cuatro. Nos explicarán otra vez por qué los romanos añadieron un día a las calendas de marzo. Y quizá perdamos el tiempo en releer lo mismo que se publicó en 2012 y cada cuatro años atrás. Pero no nos daremos cuenta de que hasta el tiempo necesita un ajuste. De que hasta el calendario es imperfecto. De que aceleramos sin llegar jamás a la velocidad de nuestro propio universo. De que disponemos de un día extra para relajarnos en la quietud de esas escenas de películas postapocalípticas, en las que siempre aparece el plano de un reloj parado que marca el momento en que todo estalló. Y la mayoría seguiremos corriendo. Como el Conejo Blanco. Apurados porque llegamos tarde a la cita en que la Reina de Corazones ordena que nos corten la cabeza.Bisiesto3

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