El himno perfecto

Bob Dylan es tan bueno que no sabe componer himnos. Los himnos son como la bata y las pantuflas, la caja de herramientas y los prismáticos: objetos de andar por casa que sacan lo peor de nosotros. Por eso no habría estado bien que el apóstol de los vagabundos, el artista que lleva cincuenta años en una gira interminable, supiera rematar un himno como es debido. No escribió Like a rolling stone para trastocar por completo la historia de la música popular. Eso vino después. Lo hizo para sacarle los colores a una muchacha de buena familia que quería ser tan libre como Jack Kerouac mientras dejaba en casa recado de que no olvidaran pasar cada mes por la Western Union. También como Kerouac. Pero mientras que el autor de En el camino supo teñir de su influencia incluso las camisas del propio Dylan, de la protagonista de la canción no quedan más que sospechas sobre su identidad. Trazas. Ni una sombra. Solo el papel principal en una obra maestra de la venganza y la mala baba. De dar moneditas a los vagabundos, la chica pasó a pedirlas por la calle.

Mochila y cascos

‘Like a rolling stone’ se convirtió en el himno al desarraigo.

En los planes de Dylan entraba que esta canción, cuyo manuscrito sale ahora a subasta, le sirviera para dar un paso adelante mayor incluso que el de Neil Armstrong en la Luna. En el festival de Newport de 1965, fue la segunda –tras Maggie’s Farm– que tocó con una banda electrificada mientras la platea le abucheaba y le llamaba Judas. El folk y la guitarra acústica se quedaban en el camerino. El disco que iba a contener su nueva creación, Highway 61 Revisited, alcanzaba los confines del universo.

Lo que no había previsto el genio de Duluth es que Like a rolling stone se convirtiera en sinónimo del viento en la cara y las camas por deshacer. La sorna de su estribillo fue poco a poco diluyendo su ironía para abanderar todo lo contrario. Como si la Marsellesa invitara a recibir al enemigo con un Campari en una plaza de París. Como si los sones de Barras y Estrellas erradicaran los imperialismos. Como si la letra de la Internacional justificara los nacionalismos de izquierdas. Like a rolling stone se convirtió en el primer himno que hacía apología del desarraigo. Porque así lo quisieron quienes la escuchaban. De modo que, ahora que sirve para anuncios de bancos, puede que los consumidores prefieran entender que hay que apretarles para que devuelvan el dinero prestado para salvarlos. Nunca se sabe, cuando Dylan ronda por ahí.

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