A Silvia G.P.
Alguna vez hubo una arboleda, pero quizá fue solo un decorado encuadrado por una ventana desde la que algún niño con gafas aprendió la gama de verdes. En un lugar perfecto para los besos robados, en ocasiones también fue más facil encontrarse con ramos de flores junto a las piedras, enroscados de fotos y recuerdos juveniles, porque siempre fue un patio en sombra, un salto sin fe, un acantilado desde el que no era difícil cortar el aliento en seco. Ahora, los herederos de un olvido de siglos quieren reactivar el torrente sanguíneo que saque del coma al Tossal, ese desconocido que saca más de tres palmos a los demás y sin embargo apenas ha cruzado un par de palabras con sus vecinos. Buena parte de nosotros no ha subido nunca a su cima, el abandono y el olvido han sido una constante por parte de buena parte de ellos y desde tan alto, desde tan atrás, no se oyen las quejas de los imprescindibles. El Tossal es un monte disfrazado de inaccesible, casi invisible, como un vecino de edificio al que nadie conoce pero que tendría una historia que contar si alguien se decidiera a escucharlo.
Ahora, varias inversiones pretenden recuperar lo que podría ser un pulmón verde y no es más que miles de hectáreas repletas de peligros y desperfectos. Una escombrera con el alzheimer de las piedras. El Tossal vuelve a la lista de espera de una cirugía con papeles timbrados que ya le ocasionó un foso con escapes y una obsesión por dar rodeos. Nadie sube si no está obligado a hacerlo. Porque un páramo verde, con cicatrices de la historia y vistas al Maigmó y el faro de Santa Pola, no deja de ser un páramo. Mientras nadie diga lo contrario. Turistas sin guía, familias sin horario y estudiantes con mochila, con delantal o con un estuche de cuerdas y vientos son los únicos viajeros de un trayecto sin mapas que culminan en el Castillo de San Fernando, achacoso desde que nació y siempre a la sombra del Castillo de Santa Bárbara. Que tampoco es un castillo, pero goza de unas inmejorables vistas desde primera línea.
El fortín de San Fernando, sin embargo, parece gafado desde su construcción, en 1813, en plena Guerra de la Independencia contra la invasión francesa, que nunca llegó a producirse. Las tropas napoleónicas llegaron a bombardear la ciudad un año antes, en 1812, aunque solo fue un aviso, ya que un día después volvieron al país galo para participar en la campaña rusa. Las autoridades militares locales, no obstante, decidieron coronar el Tossal con una fortaleza que, según las crónicas, nunca se utilizó y comenzó a deteriorarse tras su inauguración. Quizá por cosas como esta, los alicantinos tenemos tanto afán por olvidarnos del pasado.
Llegan las obras a las laderas por las que no es difícil ver a músicos de ojos abiertos con sus caparazones de violonchelo o contrabajo. Llegan obras a lo que fue un cobijo para olvidados. Llegan obras a ese legado que seguirá durmiendo en el desván de los abuelos mientras no le insuflen el primer aliento nuevo. Solo así puede que el Tossal y el Castillo de San Fernando dejen de ser espacios tan inexplorados como el corazón del Amazonas o los fondos marinos abisales o la última habitación de un largo pasillo o ese espacio verde del mapa que lucha entre el interés general y las plusvalías imposibles.
Quizá porque nací a su falda, en lo que se llamó Rincón de Nogueroles, al lado del antiguo cementerio, me ha gustado mucho cómo hablas con tanto cariño del Tossal (de pequeño lo lla mábamos castillo de San Fernando). Me gusta el título, el enfoque y todo el artículo es una metáfora, una comparación.
Quizá porque dedico interés, esfuerzo y preocupación por las personas con problemas de salud mental, me ha venido a la mente la similitud de un monte olvidado, de unas enseñanzas artísticas (la música, la danza) postergadas, con las enfermedades que son desconocidas y también maltratadas.
No he podido evitar asociar la invisibilidad de algo tan grande como un monte con la preocupante cantidad de personas con trastornos mentales; el interés por regenerar e invertir en un entorno natural (¡fue tan bello!) con la escasez de recursos para la investigación de estas patologías; también es curioso que éstas estén a la sombra de otras discapacidades, al igual que lo está San Fernando de Santa Bárbara.
Al igual que el vecino del texto , ¡qué importante sería que les escucháramos! Lo están deseando pero no lo sabemos.
Gracias, Alfonso, por sumar a la metáfora del monte tu experiencia en la lucha en favor de la salud mental. Confío en que cada vez se escuche más a quienes de verdad sabéis por lo que se pasa. Un abrazo.
Cómo siempre , un placer leerte. Para mí el castillo de San Fernando me trae recuerdos muy dulces , con sus nervios y sus esperanzas. Ahí estudié Magisterio, inauguramos el edificio y fuimos la primera promoción mixta. Desde allí bajaba entre piedras al instituto para verme con mi novio ( hoy marido) y la pandilla, los del Tito A. Oíamos a los pavos reales y veíamos a los peques aprender las normas de la conducción. Son muchas las historias que guardo. Gracias por traerme el recuerdo y espero que las autoridades solucionen su mejora
Son demasiadas las historias que guarda como para entender que haya caído en un olvido así. Gracias, Marian, por dar aliento al Faro. Un beso.