Franklin y el Otro

Pensá que Franklin tiene una vida. Otra. Está la de robar, matar y recorrer Los Santos a gran velocidad en el GTA V. Pero pensá que tiene otra que escapa al mando del juego, que no necesita de cables, que queda atrapada cada vez que se apaga la consola. Probablemente también robe, mate y maneje como un loco. Pero con libre albedrío, que es esa condición humana que solo aparece cuando la estamos buscando y siempre se engancha en el horizonte. Imaginá. Es negro, joven, fuerte y ha cambiado el suburbio por un departamento en la zona alta de la ciudad. Decí que sueña con más, que ríe con menos. O viceversa. Tanto da.

Capaz que el Otro no lo sepa nunca. El Otro es el que controla la vida aparente de Franklin. El jugador. Pero poné que un día quedan atrapados, Franklin y el Otro, en un error. Que el GPS los alinea en la nada. Donde antes había una vía del tren, ahora reina un descuido. Precisamente en la estación, piensa el Otro. Y mira por la ventana por si desapareció también la que vibra y ruge frente a su casa. Pero no. Franklin mira alrededor mientras el Otro enciende un pucho. Sigue mirando cuando el Otro agarra el mando. Dónde estamos. Cómo salimos de aquí. Para qué, piensan los dos. Y, por un instante, comprenden que en algún momento tendrán que volver a robar, a matar, a correr y a toser, a mancharse los dedos, a pagar los impuestos. A hacer como que nunca han tenido la oportunidad de saber el uno del otro. Que recién se miraron a la cara. A recordar ese momento como el párrafo de aquel libro al que no te hará falta volver nunca, como ese estribillo que de vez en cuando se pone pegajoso.

Poné que abrís una ventanita en el ropero. Que encontrás un túnel donde nunca lo hubo. Que Roy Batty juega al ajedrez con Tyrell, Franklin desobedece al mando y el Otro se deja perder en un laberinto. En un bug. En un defecto informático en el juego más vendido del mundo. Un agujerito de la existencia por el que mirar al otro lado, por el que darnos cuenta de que quizá, el otro lado es el que creemos nuestro. Un cronómetro detenido a mitad de carrera. Un sueño que nunca hemos tenido y que interrumpe la realidad como solo la luna sabe hacerlo. Tan Alicia, tan Toy Story. Tan Julio, ché.

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