Héroe de oro y arena

El cine es en gran medida lo que sentimos cuando aparecen los títulos de crédito, cuando salimos de la sala, cuando tardamos varios días en olvidar que no somos Harrison Ford. Esa película que nos deja atados a la butaca, destripados de tristeza. Esa película que nos invita a bailar en la calle como hermanos leñadores. Esa película que modela nuestra vocación y nos impele a estudiar asignaturas que ni siquiera sabíamos que existían, solo por ser capaces de encontrar un tesoro bajo la equis que marca el lugar. El cine es lo que somos después del cine, el recuerdo borroso de lo que éramos antes de cruzar la taquilla y una lucha con espadas invisibles cuando acaba la fanfarria de la banda sonora que avergüenza a nuestros hijos mayores. El cine es la cueva de Montesinos en la que todas las dulcineas parecen de verdad y de la que salimos viviendo una mentira. Para varias generaciones de antes del milenio, el cine es Harrison Ford. Es Han Solo, Indiana Jones y Rick Deckard. El cine somos nosotros soñando ser como ellos.

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Fotograma de ‘El retorno del Jedi’, con Ford como Han Solo. / moviepilot.com

Ford acaba de cumplir setenta y cinco años y medio planeta lo ha celebrado como se celebra aquella Copa de Europa, la firma de un armisticio o la valentía de Rosa Parks al seguir sentada en un autobús para blancos. Y, probablemente, lo merece. Es el protagonista de una renovación profunda, el emblema de una recuperación de los clásicos, el dinamitero de una nueva vía para contar historias. Un triple icono como jamás se ha dado en la pequeña historia de este artificio de feria que creció hasta entrar en los museos. Ford nos enseñó a ser héroes a nuestro pesar, a dejarnos dominar por la mala conciencia, que los tesoros duplican su valor cuando se comparten con los demás, que, en el fondo, todos los padres podían ser como Sean Connery. Nos enseñó que Marion, Leia o Rachel no solo no nos necesitaban, sino que además sabían rescatarnos de la mazmorra del dragón. Nos enseñó a atravesar el hiperespacio, a no perder nunca el sombrero, a no luchar contra el tiempo. Los personajes de Ford nos desvelaron la zona de grises y certificaron que se puede vencer después de que te congelen, te atraviesen el pecho o te demuestren que nunca sabrás quién eres, de dónde vienes o hacia dónde te diriges.

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Ford, como Rick Deckard, en la escena final de ‘Blade Runner’. / theiapolis.com

Sucede, sin embargo, que desde entonces, el cine se ha convertido en un algoritmo de Facebook. La producción de Hollywood ya no consiste en buscar nuevos trucos para sorprender al espectador, sino en predecir los gustos del consumidor. El taquillazo se ha convertido en un anuncio teledirigido, basado en búsquedas previas, que transforman al público en target publicitario. Y Ford, el héroe de nuestra infancia, el mito de nuestra adolescencia, se ha prestado al juego malvado de subastar nuestros sueños, de copiarlos con papel de calco y venderlos como originales. Ha vuelto a ser Han Solo como si no existieran más galaxias sin explorar. Arrastra el látigo de Indiana Jones como si no existieran más reliquias que exponer. Y destrozará el enigma de Rick Deckard como si el ser humano pudiera pasar el test Voight-Kampff sin problemas. Ha dejado que su carrera acabe como la de Muhammad Ali, encajonado en el rincón y tratando de llegar vivo al último asalto. Y nosotros picamos, porque jamás quisimos darnos cuenta de que era capaz de escamotearnos un ídolo de oro dándonos el cambiazo por un saco de arena.

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Ford, como Indiana Jones en ‘En busca del arca perdida’. / legionofleia.com

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