Los culpables y los muertos

La mejor excusa de los muertos es que no se pueden defender. La mejor defensa de los muertos es que ya no pueden ofenderse. La única condena posible para un muerto es el olvido. La condenación eterna de haber pasado por la tierra sin haber dejado una sola huella. O tan solo cicatrices entre los más allegados, que harán todo lo posible por borrar su historia. El único indulto para un muerto que no lo merece es el odio, porque de esa manera quedará en la historia y no desaparecerá. Ni después de muerto.

Kathleen Dehmlow murió el pasado 31 de mayo a los 80 años de edad en Springfield, California. No constan los motivos de su fallecimiento. La fotografía de su obituario, publicado en un diario de su Minnesota natal, muestra una anciana delgada, de pelo corto y canoso. Con gafas. Y con la mirada de quien no sabe que le están sacando la foto porque trata de escuchar lo que le están diciendo. Quizá fuera un poco dura de oído. O quizá solo le estaban contando algo inesperado, porque le atraviesa un gesto levemente crispado. Incrédulo. Desapacible. Todo eso ha desaparecido ya. Incluso el movimiento de los hombros hacia delante de quien se acaba de inclinar. Está muerta. Si no la han incinerado, tampoco consta, los empleados de alguna funeraria se habrán encargado de dejar su cadáver con la mejor apariencia de placidez posible. Nada la alterará. Ni siquiera su obituario, publicado por su hijo Jay, de 61 años, en el que asegura que, sin ella, “el mundo es un lugar mejor”.

Obituario

El obituario de Kathleen Dehmlow, publicado en la Redwood Falls Gazette. / fox9.com

Son cinco párrafos empapados de venganza, que es el destilado último del rencor. Consta dónde nació. Quiénes eran sus padres y cuál era su apellido de soltera. Cuándo, dónde y con quién se casó. Cuándo tuvo dos hijos, Gina y Jay. Y que cinco años después se quedó embarazada de su cuñado, se trasladó a California y abandonó a sus mellizos en casa de los abuelos maternos. El último párrafo es un charco de hiel. “Murió el 31 de mayo de 2018 en Springfield y ahora se le juzgará. Gina y Jay no la echarán de menos, porque entienden que el mundo, sin ella, será un lugar mejor”.

Kathleen “cometió un error hace sesenta años, ¿quién no lo ha hecho?”, declaró al Star Tribune una familiar cuyo parentesco tampoco consta. “¿Se arrepintió durante todos estos años?, sí”, continuó. La historia “no es tan simple”, aseguró. La esquela agitó el debate en Estados Unidos. Los lectores de la Redwood Falls Gazette, donde fue publicada, protestaron. El periódico señaló que incluso el director se opuso a insertarla. Pero estaba pagada y no era ilegal. Finalmente, tras su irrefrenable viralización, la retiraron de su edición online. Nadie quería contribuir a la condena de una muerta que ya no se puede defender. Pese a que a ella ya no le afecta. Ni el odio infinito de su hijo. Ni las charlas de las tardes de verano de Minnesota, donde su obituario será la comidilla hasta que finalmente desaparezca. Ni ese pudor que nos impide hablar mal de los muertos y que solo nos hiere a los vivos.

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