Luz de frío y chimeneas

La luz del sur es rojiza, brillante y diurna. Es una luz de fuego y aquelarre. La del norte es azul, tenue y nocturna. Una luz de frío y chimeneas. Tal vez eso explique algo. Tal vez los cuentos, quizá hasta a las personas. La luz del sur niega la noche, es un conjuro contra el mal. No salgas después del atardecer, que acechan los peligros. Por eso las familias del sur son tan protectoras. La del norte difumina las sombras, es una oportunidad para crecer por dentro durante un rato más. Aprende a comportarte, porque no tardarás en aventurarte lejos de casa. Por eso las familias del norte son como son. Es decir, incomprensibles desde el sur. La luz del sur es calor, aventura y juegos de niños descalzos. Sandokán y Pinocho. La del norte es una parada en el camino. Peter Pan sentado en el Big Ben. Y Mary Poppins.

Mary Poppins

Fotograma de la película ‘Mary Poppins’. / IMDB.COM

Para los niños del sur, Mary Poppins tiene que ser fascinante. No cabe otra posibilidad. Porque llega con un cambio de viento. Porque no hace falta salir de una baldosa dibujada aunque haga frío. Y porque tiene de amigo a un deshollinador que baila por las chimeneas. En el sur aprieta el sol, el viento es de poniente, raramente llueve y las chimeneas son meros elementos decorativos que ni siquiera están en todas las casas. Mary Poppins no pasa calor. Y eso la convierte en exótica para quienes no conocen más que el abrigo de entretiempo y las sandalias para pescar. Eso, y que sabe decir supercalifragilísticoespialidoso. Es decir, que sabe lo que hay que decir en ese preciso instante en que no se sabe qué decir. Y en el sur nunca sabemos muy bien qué hacer con el silencio.

Mary Poppins juega a recoger la habitación. Cambia de sabor las medicinas. Conoce los efectos perniciosos de la risa. Y es prácticamente perfecta, según su cinta métrica. Cualidades todas que la convierten en un monstruo de severidad y buenos modales. Un ogro de la compostura y la puntualidad, una bruja del saber comportarse en sociedad. Nada puede fascinar más a un niño del sur que, en realidad, sueña con ser como Bert, el deshollinador. Con pintar con ceras en el suelo, con tocar en la calle como un hombre-orquesta, con bailar bajo las estrellas. Con saber que los monstruos pueden convertirse en fundamentales porque nos educan, nos abren caminos y se marchan en cuanto han cumplido su objetivo con eficiencia. Y que en el momento en que los necesitemos, cambiará el rumbo del viento y aparecerán entre las nubes, con su paraguas abierto y su luz de frío y chimeneas.

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