Penicilina y miserias

Shakervantes 1No es verdad que haya que leer el Quijote. Por lo menos, no por lo que nos han contado. No hay que leerlo porque sea la cima de las letras hispanas. Tampoco porque sea una cumbre de la literatura universal. Tanta metáfora alpinista cansa. El Quijote hay que leerlo, en todo caso, porque Cervantes era un mediocre. Porque quiso ser soldado sin saber luchar, quiso ser espía sin saber guardar un secreto, quiso ser recaudador de impuestos sin que le salieran las cuentas y no quiso ser cura porque, al parecer, tuvo varios hijos con varias mujeres y no supo mentir. Quiso, sobre todo, pasar a la posteridad de las letras, ser un poeta laureado, un afamado dramaturgo. Quiso ser Lope de Vega, que por cada ripio mancillaba a una doncella, invitaba a cuatro vinos y ganaba cientos de maravedíes. Y no logró más que envejecer de envidia. Lo único que le salió fue un libro extraño, protagonizado por dos lunáticos, repleto de chistes escatológicos, salpicado de citas ajenas y con un final cobarde que desarma todo lo leído. No era una comedia, no era una tragedia, no era nada porque aún no se había inventado lo que era. Hay que leer el Quijote porque Cervantes era como nosotros, que generalmente no somos nadie, pero que en una revuelta del destino podemos descubrir la penicilina en un bocadillo podrido, que todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso del fluido que desaloja o que incluso alguien como nosotros es capaz de parir un libro humanamente imperfecto. Exactamente humano.

Shakervantes 2Tampoco es verdad que haya que leer a Shakespeare. No por lo que nos dicen en clase. Ni por su universalidad ni por su maestría por ahondar en el alma humana ni por su dominio del pentámetro yámbico. En su caso, porque es Dios. De hecho, puede que ni siquiera existiera y que solo sea la suma de varios creadores anteriores. Es decir, que es Dios. Y sabe que eres un ingrato, un soberbio, un títere, un arribista, un asesino, un celoso, un duende, una víctima, un cizañero, un demonio, Lady Macbeth, nadie. O todo junto. O un mediocre capaz de triunfar desde el fracaso, como Cervantes. Hay que leer a Shakespeare porque es esa madre que desde la cocina sabe lo que tramas en el salón incluso antes de que se te ocurra. Es el profesor que te reprende mientras escribe una fórmula en la pizarra, el jefe que siempre te llama al móvil en el peor momento, el profeta cuyos vaticinios valen para cualquier momento. Hay que leer Macbeth, Hamlet, El rey Lear, Ricardo III porque son tan humanas como nosotros pero ninguno de nosotros podrá ser jamás como Shakespeare, porque nunca sabríamos apreciar el pentámetro yámbico ni en inglés y porque nadie como él ha sido capaz de conocer nuestras miserias como si las hubiera creado en siete días.

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