Símbolos

A B.O. en su despedida. Gracias.

Un coche, un bosque y un manto de tiempo color herrumbre. Sin duda, hay una historia. Probablemente mínima. Un accidente en medio de la nada, un estruendo diluido entre el silencio de la nieve y los rumores desconocidos de las hojas. Quizá un viajero muerto, perdido en la tormenta, precipitado por un barranco mal señalizado, estampado contra un roble impávido, atrapado por el cinturón de seguridad y sin posibilidad de que nadie le escuchara desde la cabaña más próxima, situada a cuatro kilómetros, montaña arriba. Si violentamos la imaginación, podemos llegar a una fuga entre la nevisca, a una carrera entre adolescentes temerarios, a la desventura de un vigilante forestal que falleció mientras bajaba a la ciudad a conocer a su hijo recién nacido. Quizá sobrevivió. Puede que solo se trate de la consecuencia de un faro antiniebla estropeado. Un resbalón en el hielo. O simplemente un coche abandonado durante décadas en un bosque.

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El Aston Martin abandonado en un bosque. / EXPANSION.COM

Sumamos datos. Un Aston Martin, un bosque y un manto de tiempo color herrumbre. La cosa cambia. Ya no se trata de un coche a secas, sino de un símbolo. Un Aston Martin, el deportivo de James Bond. Aquí ya no hay posibilidad de error. Estamos ante un entramado de espionaje, el sabotaje de una instalación nuclear, la carrera de cuadrigas perfecta entre 007 y un villano con el gesto torcido y un jersey negro de cuello vuelto. Una pelea entre supervivientes, porque Bond no muere nunca, sino que se levanta, se estira el traje, se recompone el flequillo y enciende un cigarrillo rubio mientras baja por la ladera, mientras establece comunicación con Q, mientras flirtea con Moneypenny. El Aston Martin como señal de que Bond estuvo allí. Un símbolo de que el planeta sigue vivo y a salvo.

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Sean Connery junto a un Aston Martin, en su papel de James Bond. / ES.JAMESBOND.WIKIA.COM

Más datos. Un Aston Martin, un bosque, un manto de tiempo color herrumbre y un rico que abandonó el vehículo junto a su mansión, en cuanto se aburrió de él. En cuanto se encaprichó de otra marca, en cuanto 007 dejó de ser Connery. El símbolo murió junto a la piscina con forma de trébol y ahora se vende, convertido en chatarra de lujo, con el motor desvencijado, la chapa picada por los inviernos, un hormiguero junto a la rueda izquierda delantera y la fragancia de un coleccionista de mitos empeñado en ubicarlo en su jardín. Sin más. Una transacción con factura y precio de mercado. Sin historia, sin imaginación forzada, sin Bond. Solo la realidad. Y el planeta, amenazado.

Necesitamos los símbolos.

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