Cuenta Laura Fernández en El País que la ciencia vuelve a estar en deuda con la ficción. El hilo directo que las une podría resultar paradójico, pero desde luego, no puede ser más efectivo. Según la periodista, dos tercios de las mujeres de menos de treinta años que en la actualidad visten batas blancas para ir a trabajar en un laboratorio deben su vocación a Dana Scully, la agente que Gillian Anderson interpretó en la serie Expediente X. Se repetiría así el fenómeno que consiguió que la pirámide poblacional de los arqueólogos creciera exponencialmente en los años 80, cuando Steven Spielberg fue desgranando las aventuras de Indiana Jones. Probablemente, una batería de documentales estratégicamente programados habría hecho más por cualquiera de las dos profesiones. Seguro que El hombre y la Tierra, de Félix Rodríguez de la Fuente, o El mundo submarino, de Jacques Cousteau, engrosaron las filas de las ciencias medioambientales. Pero eran tiempos de más audiencia y menos canales. Y la relación de causa y efecto se vuelve más interesante cuanta más distancia media entre el punto de partida y el de llegada. Scully y las científicas. Qué maravillosa locura.
La influencia del audiovisual en las mentes adolescentes suele derivar hacia los índices de criminalidad. Ha vuelto a ocurrir hace poco, después de que Donald Trump volviera a acusar a los videojuegos violentos de ser el origen de las masacres en institutos. Como si los cerebros jóvenes fueran de plastilina. Suelen argumentar que los usuarios tratan de trasladar la ficción a la realidad, cuando, en realidad, sucede todo lo contrario. Los juegos violentos ya dan ese paso. Están protagonizados por criminales de mentira que parecen de verdad o por soldados de mentira en guerras que parecen de verdad. Los jugadores invierten horas de ocio en esa nueva realidad, no tienen tiempo de salir a la calle a disparar. Ni necesidad. El juego ya ha encauzado su violencia y, además, por lo general saben distinguir entre el Bien y el Mal. De El silencio de los corderos nacieron muchas más agentes como Clarice que psicópatas caníbales como Hannibal Lecter. De Breaking bad salieron más químicos que narcotraficantes. El Gran Theft Auto ha parido más desarrolladores de videojuegos que asesinos. Ninguna casa especializada aceptaría estas apuestas. Por evidentes.
La cosa cambia considerablemente cuando se les ofrece sueños y fantasías. Entonces sí que se puede hablar de influencia. Las futuras científicas salen a la universidad porque Scully es pura fantasía en un entorno paranormal, como salía Don Quijote en busca de gigantes. Los futuros arqueólogos persiguen la aventura imposible de Indiana Jones, no el hechizo polvoriento de una excavación en Atapuerca. Eso viene después. El primer paso siempre es el que promete evadirse de un mundo lleno de exámenes cuatrimestrales, de facturas mensuales o de informes de periodicidad variable. El que promete escapar de la realidad. Aunque luego seas capaz de descubrir la mecánica de las proteínas o el sarcófago dorado de un faraón. Será la realidad quien te lo conceda. Pero es lo que estabas soñando.