Diccionario Ilustrado

(Texto que acompaña la exposición de la dibujante Sapo Concho ‘Diccionario Ilustrado’. En el Centro 14. Inaugurada el 17 de octubre de 2014).

 

Cuando no los mira nadie, los diccionarios juegan a hacerse entender. Disfrutan también con los trabalenguas, con los palíndromos y con la creación de definiciones para los crucigramas, claro. Pero muy a menudo se yerguen y forman tipis y tótems para recrear un campamento indio con tomahawks. Se dividen por equipos y practican el fútbol con una bola de papel DIN-A 3, aunque en el reparto de rivales siempre tienen que elegir a cuatro postes. Corretean como biombos para vestir el lenguaje y trepan unos sobre otros para imaginar que son la Torre de Babel. El etimológico busca huellas con una lupa y los de inglés organizan partidas de bridge ante el desdén de los franceses, a quienes no les gusta el té. Ni la eñe.

Diccionario Ilustrado
Montaje de la exposición ‘Diccionario Ilustrado’, de Sapo Concho.

Cuando no las mira nadie, las enciclopedias tratan de adivinar películas solo con gestos, animales solo con sonidos y ciudades solo con gentilicios. También redactan conferencias sobre Alvar Aalto, un arquitecto finlandés que siempre aparece el primero entre los personajes famosos. Con sus conocimientos, son capaces de meterse a los diccionarios más pequeños en el bolsillo. Discuten neologismos, rescatan del olvido acepciones en desuso y chismorrean con maldad sobre la tal Wikipedia. Y los ejemplares online se ríen por lo bajinis mientras atienden a una partida de Apalabrados. Las letras sueltas siempre les hacen cosquillas.

Cuando no los mira nadie, los diccionarios se entretienen mientras esperan que alguien los consulte. Porque es entonces cuando se entregan al juego de verdad. A la búsqueda, a la rima, al matiz y al doble sentido. Se prestan a retorcer conceptos, a imaginar voces, a cuadrar los términos que vienen con pasaporte pese a que en las lenguas nunca existan aduanas. Se aburren cuando las palabras se alinean en un orden establecido, porque para eso ya están ellos. Prefieren el equívoco, la metáfora, el camino retorcido que lleva hasta una nueva identidad, la sintaxis del caos, la semántica del explorador. Porque de esta manera, sienten que nadie podrá acabar con ellos. Ni siquiera la palabra zuzón.

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