El cine y el Mal

De repente, me he acordado del terror que me produjo el Estrangulador de Boston. No el personaje, sino el anuncio de una película que probablemente programaron en La Clave, o en algún programa similar, cuando aún tenía la edad de tener que acostarme antes de que la televisión comenzara a vomitar monstruos o contenidos de dos rombos. Así, de memoria, como hacíamos cuando internet todavía no había asesinado los recuerdos difusos e infantiles ni impuesto la tiranía de la certeza, llego a la silueta de Tony Curtis con un gorro de lana gris o negro, recortada a la derecha del encuadre, con la mirada del felino que huele al cazador y el cielo amenazante del invierno de Massachussets sobre su cabeza. Puede que fuera la vez en que comprendí en que salir a la calle conllevaba la posibilidad de cruzarte con la persona equivocada. Y desde entonces no piso las tapas de alcantarilla para que no salga un león a morderme.Estrangulador

Nunca llegué a ver la película de Richard Fleischer (sí era Tony Curtis, dice internet, a pesar de que a la compacta memoria de mi madurez le cuesta identificarlo con un villano cinematográfico), y probablemente deba arrepentirme porque se filmó cuando las cámaras volvieron a salir a las calles para contar historias en las que el vaho del frío aún era más importante que los efectos especiales. Pero la imagen jamás se borró del todo porque el cine engendra iconos y héroes y bestias con la pedagogía rupestre de rotular el entorno con bisontes de colores. Solo después de las cuevas llegó la palabra que explicaba a los niños que no debían salir al bosque con una cesta para la abuela. Pero aun así, hasta las catedrales tiraban de gárgolas para explicar a quienes no sabían leer que el Demonio ronda las aldeas y que hay que intentar escapar de él hasta en la soledad de las habitaciones, cuando a la luz de las velas la mano sospecha que entre las piernas tenemos una historia pendiente.

Vuelvo al Estrangulador de Boston de mi infancia después de leer el enésimo reportaje sobre la influencia de los medios audiovisuales en el despertar del odio y la violencia. Sobre los mafiosos italianos que sacan a los santos en procesión bajo los acordes de la banda sonora de El Padrino o sobre los niños napolitanos que emulan a los personajes de Gomorra, que eran extraordinarios hasta que escaparon de la cárcel de papel de los libros de Saviano. Es un debate cíclico, eterno, alimentado en los últimos tiempos por el auge de los juegos de rol y los videojuegos. La imagen como único nido del Mal, como si la pobreza o la falta de educación no contribuyeran al delito. Una polémica que debería zanjarse de una vez. Pues claro. Claro que el cine propaga monstruos. Claro que los Corleone están idealizados y mueren de viejos. Claro que el Mal existe. Pero porque lo llevamos dentro. Porque nos fascinan los villanos y porque no queremos ser buenos, sino héroes en peligro como Indiana Jones. Nunca la ley ha servido para evitar el delito, tampoco la religión ha podido con el pecado. Tony Curtis interpretó al asesino en serie que ya había esparcido el terror por las calles de Boston. Habrá que buscar qué película inspiró al personaje real. Para poder achacarle que yo no pise tapas de alcantarilla.

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