Un estudio del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) acaba de demostrar que las fuerzas entre el bando humano y el robótico, en la previsible rebelión de las máquinas que se avecina, se han igualado. Los replicantes que lleguen a rozar la excelencia, los más sofisticados terminators posibles, serán tan imperfectos como nosotros, porque están fabricados y programados por seres tan imperfectos como nosotros. El problema vendrá cuando nos ataquen civilizaciones más avanzadas. Pero mientras seamos nosotros y nuestras creaciones el único centro del universo, la contienda estará igualada. Lo cual, por otra parte, quiere decir que será larga. La misma investigación, determinada para saber por qué víctimas optaría un coche autónomo en caso de que un accidente afectara a más de un supuesto, también ha demostrado que la revuelta de la inteligencia artificial está más cerca de lo que pensamos. Porque si los cerebros de metal se basan en nuestra moral, no funcionarán ni las tres leyes de la robótica de Asimov. Fascinante.
En el centro científico de Boston han intentado establecer una ética general humana. Una media ponderada entre las seis mil millones de cabezas existentes. Partían siempre de supuestos dobles. En caso de atropello de un coche sin conductor, elija usted la víctima. El mal menor. Un niño o una niña. Un joven o un anciano. Un obeso o un atleta. Un rico o un pobre. Un ciudadano sin antecedentes penales o un delincuente (en este caso, parecen sugerir la presencia hasta de la Policía del Pensamiento, con la grima que nos da a casi todos). No hemos podido ponernos de acuerdo. El entorno afectivo y social de cada porción del planeta conduce a resultados distintos. Y salvo en tres o cuatro supuestos evidentes, diferimos en todo. Ese es el gran dilema de la Filosofía. No hay caminos que seguir porque cada uno de nosotros es el origen de un camino distinto. En España, por ejemplo, tenemos tendencia a salvar a los legales y a los jóvenes. Somos uno de los países con más animadversión hacia los ricos y los peatones. Y estamos en el polo opuesto a Azerbayán, según los datos recogidos.
Tras el tiroteo final de la película Sin perdón, el periodista W.W. Beauchamp pregunta al anciano pistolero William Munny a quién ha disparado primero. Cuando uno se enfrenta a un número superior de enemigos, le explica, un tirador con experiencia siempre dispara al mejor oponente. Se lo contó Little Bill, que yace en el suelo junto a Munny. Tuve suerte con el orden, le responde Munny, pero siempre he tenido suerte a la hora de matar. La ciencia automovilística pretende eliminar la suerte de la ecuación de los accidentes de tráfico. Quiere cabezas frías, como las de quien piensa cuando no tiene la amenaza tocando a su puerta. Y pretenden conseguirlas invocando una moral global que no existe. Entre otras cosas, porque hay gente a la que le hablas de ética y no pueden evitar pensar en William Munny. Y así no hay manera de programar un robot en condiciones. Lo cual, probablemente, será lo que nos salve, al fin y al cabo.