En una de las escenas más memorables de Regreso al Futuro, Marty McFly sube al escenario en plena fiesta de fin de curso de sus padres, en 1955. Agarra una guitarra, anuncia un clásico –bueno, un clásico de donde vengo, dice-, da unas breves instrucciones a la banda de Marvin Berry and the Starlighters y se arranca con el Johnny B. Goode. Los asistentes bailan frenéticos, los músicos quedan deslumbrados por el nuevo sonido y un jovencísimo Chuck Berry (creador de la canción) descubre lo que andaba buscando. El rock ha nacido y los engranajes de la Historia de la música del siglo XX comienzan a girar. La misma escena habría carecido de sentido si se hubiera ubicado en el momento en que Marty y Doc viajan con el DeLorean al 21 de octubre de 2015. Que es, precisamente, lo que ha hecho George Lucas con Star Wars, según el tráiler del Episodio VII que ha aparecido esta semana. Pretender descubrir el rock décadas después de que irrumpiera en las listas de éxitos.
Con la segunda trilogía de la saga galáctica, Lucas trató de enganchar a las nuevas generaciones con un cine para todos los públicos cargado de efectos especiales. Introdujo guiños para que los padres de los nuevos espectadores tuvieran cebo con el que alimentarse tras picar en el anzuelo. Los episodios I, II y III eran, al fin y al cabo, los que contaban el nacimiento del personaje más emblemático y con más carisma de Star Wars, Darth Vader. Pese a un guión estrepitoso, pese a unos personajes inconsistentes, pese a Jar Jar Binks y pese a una de las escenas más deplorables de la cinematografía mundial (la de amor entre Anakin Skywalker y Amidala), el experimento funcionó en taquilla. Pero faltaba la última trilogía. Y para ella, Lucas tenía un plan. Colmar las ansias de los aficionados a la primera trilogía. Conseguir que volvieran a ver la misma película.
Y, siempre según el avance que hemos podido ver, se ha aplicado. Hemos vuelto a ver volar al Halcón Milenario y a las X-Wings. Hemos vuelto a las arenas. Hemos vuelto a paladear el magnetismo de Lord Vader, esta vez tan solo con los restos de su máscara. Hemos recuperado a Han Solo y Chewbacca, a R2-D2, a Leia, sabemos que a Luke Skywalker, eso sí, con las líneas del tiempo marcadas en sus rostros. Incluso hemos viajado otra vez por las rayas convergentes del hiperespacio. Todo lo que esperaban los personajes de The Big Bang Theory, los guardianes de las esencias de Star Wars, los aficionados que hicimos cola en el estreno de la primera trilogía en cines que ahora ya no existen y los que no, pero conocen hasta el último rincón de Dagobah. Y para ello, Lucas ha contado con un especialista reincidente, J.J. Abrams, que ya recicló la filmografía del primer Steven Spielberg en Super 8, una película que ya nos sabíamos de memoria antes de que llegara a las salas.
Por supuesto que acudiremos en masa a ver el Episodio VII. Por supuesto que pagaremos una entrada previsiblemente más cara. Puede que hasta alguno elija el formato en 3D. La primera trilogía de Star Wars no está formada por las mejores películas de nuestras vidas, sino por las que forjaron una legión de cinéfilos de varias generaciones. Pero mucho tendrá que mejorar el asunto para que se nos quite la sensación de déjà vu. Mucho tendrá que ofrecer este mercadillo de recuerdos vintage. Porque para ver Psicosis acudimos a Hitchcock, no a Van Sant. Y para ver otra vez las tres primeras entregas de la saga, ya hemos cambiado el VHS por el Blu-ray.