Muerte en directo

Había llegado el momento en que todos los informativos comenzaban a parecerme reposiciones de películas que ya había visto. Carlos Fabra era un pésimo Capone y Silvio Berlusconi trataba de conseguir que en su personal secuela de Gomorra acabaran ganando los mismos malos. Sin embargo, esta noche he podido asistir a un estreno verdaderamente original. Una escalofriante vuelta de tuerca a Network, un mundo implacable. Como en la despiadada cinta de Sidney Lumet, asistí a una muerte en directo por televisión. Pero no era la de ningún presentador. Sino la del canal en sí mismo. RTVV ha desaparecido de un chispazo en su centro de control. Hay varios sospechosos. Entre ellos, la Policía.

Muere RTVV

El cadáver de RTVV viste el traje a rayas de la carta de ajuste.

 

Como casi todos los valencianos, dejé de ver Canal 9 cuando Camps perfeccionó el legado de Zaplana y colgó en los platós su batín y sus pantuflas. Pero anoche me quedé enganchado a una pirotecnia que demostró que cuando se trabaja sin guion, la realidad tiende al esperpento. Los trabajadores transitaban entre la puerta principal y la cancela de acceso a los estudios, en el reverso rodado en exteriores de la espera inquietante de El ángel exterminador. La Policía bloqueaba puertas y escoltaba a los verdugos y sus afilados destornilladores. Cámaras y reporteros ejercían por primera vez su labor en una libertad que se les escurría entre los dedos. Angustia, estupor, frío y nervios. Tramas principales en el Estudio 4, subtramas por teléfono, clímax constantes y giros argumentales tan sorprendentes como el de Paco Telefunken, un técnico externo que se negó a cumplir las órdenes que se le habían encomendado. Caían Radio Nou, la web del ente y el Centro de Producción de Programas de Alicante en un tiroteo que, como en las mejores películas de terror, solo se intuía.

 

La oposición mostraba su apoyo a la plantilla sin dejar de arrimar el ascua a su sardina. Del PP solo se esperaba que apareciera una mano enguantada (quizá la de Alberto Fabra) acariciando un gato de angora desde el despacho de Spectra. Algunos notorios comisarios políticos de la casa aplaudían que otros mordieran la mano que a ellos les había dado de comer. Los periodistas e invitados mostraban por primera vez su subjetividad. El valenciano era por primera vez una variante del catalán. El poder era por primera vez el enemigo. El accidente del Metro de Valencia era por primera vez un asunto digno de una entrevista. Canal 9, en su lecho de muerte, recibía en los pasillos la visita de una sociedad heterogénea con un único objetivo. Salvar la tele que no veía nadie porque jamás había sido lo que fue anoche. El medio público de todos.

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