El síndrome de Bailey-Truman

Fotograma de la película 'Qué bello es vivir', con Henry Travers y James Stewart.

El ángel Clarence trata de ayudar a George Bailey.

La revista Variety avanza que se prepara la secuela de Qué bello es vivir. Casi setenta años después, el nieto del protagonista original, que se llamará George Bailey como el papel interpretado por James Stewart, aprenderá otra vez de un ángel –encarnado por una de las niñas Bailey de la cinta de Frank Capra– cómo sufriría su entorno si no hubiera existido jamás. Entre 25 y 35 millones de dólares costará rodar en Lousiana un guion que aún espera director y protagonista. Ya no extraña que alguien se atreva con un icono del cine. Tampoco que Hollywood se aferre a secuelas, sagas, versiones y spin-off, algo que empezó con el cine mudo. Lo que extraña es que nadie haya visto que el espíritu de Qué bello es vivir ya revivió en 1998. Con El show de Truman.

George Bailey y Truman Burbank viven atados a algo que los supera y no pueden controlar. Ambos luchan con la frustración de no haber podido cruzar la frontera de su pueblo natal. Cada vez que el personaje de Stewart tiene las maletas preparadas, el destino le corta todas las vías de escape. Ed Harris mueve sus hilos y sus cámaras siempre que Jim Carrey se sale de foco. Media historia de Bailey (la que tiene al ángel Clarence como cicerone) y tres cuartos de la de Truman son espeluznantes, verdadero cine de terror. Con Harris y Lionel Barrymore como centinelas del espanto.

El show de Truman

Christof acaricia la imagen de su creación, Truman.

Tanto Capra como Peter Weir supieron hacer sonar el crujido del sueño americano roto en pedazos. Tras las fachadas de comedia, ambos retrataron el ahogo que produce la falta de libertad. George Bailey y Truman Burbank acaban redimidos por el único sentimiento real que late en sus mundos de apariencia, el amor. Y aunque el final de ambas películas pueda parecer feliz, en realidad, Bailey no sale nunca de Bedford Falls. Y Truman carece de manual de instrucciones para respirar fuera de su burbuja. No lo saben, pero padecen un caso agudo del síndrome de Bailey-Truman.

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