La acción se sitúa en la Colonia de Santa Eulalia, un centro industrial agrícola creado por Antonio de Padua Saavedra, conde de Alcudia y Gestalgar, a finales del siglo XVIII, a mitad de camino entre las localidades alicantinas de Sax y Villena. Allí, y según los dictados del socialismo utópico, su impulsor decidió instalar casas para sus trabajadores. Y dos fábricas, un economato, una estación de ferrocarril, diversas instalaciones y una ermita. Pero también hizo construir un teatro, el Cervantes, ahora semiderruido. El conde entendía que los obreros necesitaban un espacio para el ocio y la cultura. “Esta decisión corresponde a una etapa de la historia en la que había cierta sensibilidad de la clase económica dominante”. Quien habla es el flamante director del Teatro Principal de Alicante, Paco Sanguino. Ocupen sus localidades. Apaguen sus móviles o activen el modo avión. Va a comenzar la función, una breve historia de teatro, poder y dinero.
Los estamentos más acomodados de aquella época “no podían darse el lujo de ser unos gañanes, sino que tenían que aparecer como personas formadas para poder ostentar un cargo, ya fuera público o privado”, continúa Sanguino. “Desde el Renacimiento hasta ahora, no se podían permitir, por ejemplo, no saber latín. Era impensable que la clase elevada no pudiera hablar de arte. Sin embargo, ahora sucede lo contrario. La clase elevada se muestra fundamentalmente inculta frente a la más humilde, que siente la necesidad de acceder a una mínima formación”, sostiene.
Sin embargo, todo ha cambiado. “Estamos ante una crisis de la cultura. Con una clase alta sin interés por ella, la política que realice carecerá necesariamente de estrategia cultural. Y el mejor ejemplo de ello es [el ministro de Economía, Cristóbal] Montoro”. A juicio de Sanguino, las pistas son más elocuentes que quienes las dejan. “Esto es muy fácil de percibir en la dialéctica cultural del Congreso de los Diputados, por ejemplo, que es totalmente inaceptable. Su escasa formación apenas contempla que se pueda incluir alguna cita de un filósofo o un artista en sus discursos, pero fuera de eso, son incapaces de sacar adelante una retórica compleja y ninguna dialéctica”. Y no tienen coartada posible. “Probablemente tengan miedo a mostrar que el emperador va desnudo. El único mensaje que son capaces de transmitir es el que cabe en un canutazo de televisión. Todo lo que se dice está orientado sistemáticamente a un titular de prensa”.
Además de dramaturgo y gestor teatral, Sanguino es profesor de Cultura Clásica. Y puede remontarse todo lo atrás que se necesite. “En todas las civilizaciones antiguas, como en Grecia o Roma, quienes ostentaban cargos de responsabilidad querían dejar un legado. Como los arcontes griegos o los cónsules romanos. Es el origen de todas las estatuas, que servían de emblema de un legado”. Pero de barro para escultores, el mármol pasó a reclamo para chalés de nuevos ricos. “Ahora no existe ningún interés en dejar este legado porque los cargos públicos actuales solo ven su carrera política como una sucesión de etapas para ascender de posición. Y es una pérdida notable, porque el legado es el que hace que construyamos”.
El origen de este cambio parece estar en la miopía política, que parece incapaz de ver más allá del corto plazo de cuatro años de cada legislatura. “Sin duda”, ratifica Sanguino, “pero aquí voy a dejar de meterme con los políticos por un momento”. “También parte de la profesión escénica ha perdido la idea de tener una misión. Decía [el dramaturgo David] Mamet que la vida de una compañía de teatro es de diez años. Para lo que haces, sea lo que sea, debes tener una visión de diez años. Si después de eso continúas, debes plantearte una nueva visión. Sin embargo, nos dedicamos a producir sin pensar en qué es lo que queremos producir, sin un rumbo fijo, caminando en círculos. Y en los últimos años, además, con la crisis, producir se ha convertido en imposible”. En su opinión, la planificación es imprescindible “porque la caducidad de nuestro producto es inminente”.
Antes de la crisis, “el arte dramático vivía una etapa de eclosión, con la consagración de autores jóvenes, con nuevas compañías emergentes, con los actores repartiéndose entre cine, teatro y televisión… Si no hubiera sido por la crisis, actualmente viviríamos una edad dorada de la escena. Aun así, existe una importante nómina de autores importantes”. Y de los que no lo deberían ser en absoluto. “El teatro no es una industria, sino una artesanía. Y como en todas partes, hay carpinteros y ebanistas”. Pero la escena no pierde el aliento. Y el castellano entra en cualquier maleta. “En la actualidad, la capital del teatro en español es Buenos Aires, donde acudir a una representación es algo que está incorporado a la vida cotidiana. Porque entienden que el escenario es el lugar en el que mejor se habla del ser humano”.
“El teatro siempre ha vivido del público. Siempre. Pero ha habido épocas en los que ha sido promovido por los gobiernos, por la iglesia” o por empresarios como el conde de la Colonia Santa Eulalia, cuyo entramado industrial acabó convirtiéndose en escenario de la serie de RTVV L’Alqueria Blanca. “Como en el Siglo de Oro, en España, donde se produjo el teatro más popular, que no hay que confundir con comercial”. No siempre fue así. “Sin embargo, cuando trató de cercenarse y se redujo a unas cuotas de exhibición mínima, como en el siglo XVIII, se sumió en su peor periodo”. “Dime tú quién va a escribir, dirigir o actuar cuando solo puedes llevar a cabo cuatro o cinco representaciones anuales”, se pregunta Sanguino. Y también cicatrizó con los azotes de la intransigencia. “Con la llegada de la Democracia, comenzaron a surgir compañías de teatro independiente que sufrían censura y penas de cárcel, pero que fueron el germen de las grandes productoras de los últimos años. En aquella época había un déficit importante de producciones. Y los jóvenes autores teníamos que competir con Lorca o Valle-Inclán, que hasta entonces no se habían representado en España. Eran como nuestros coetáneos. Y eso nos ayudó artísticamente”.
En los últimos siete años, el teatro, como cualquier otra manifestación artística, apenas ha mantenido la nariz un dedo por encima del diluvio del crac financiero. “Con pequeños inversores podríamos haberla superado”, subraya Sanguino. “Con iniciativas como el crowfunding, por ejemplo. Pero el Gobierno decidió regular que estas donaciones no podían superar los 3.000€. Es como lo del IVA cultural, este Gobierno ha apuntillado la cultura, le ha dado martillazos en cada uno de los dedos de la mano. Al contrario que en Francia, la derecha no ha sabido ponerse del lado de la cultura”.
Durante los últimos años, el debate entre subvención y mecenazgo está más vivo que nunca. “No entiendo el concepto de subvención como tal. Hay un concepto erróneo de este asunto”, espeta el director del Principal, un coliseo participado a medias entre el Ayuntamiento de Alicante y el Banco Sabadell, que lo heredó de la extinta Caja Mediterráneo. “En realidad, nos destinan fondos que permiten disfrutar de una representación teatral como hay fondos que permiten disfrutar de una autopista. Nosotros proponemos una obra, recibimos un dinero y como generalmente es algo deficitario, no se restituye. Pero si hubiera ganancias, se devolverían. Y debemos invertir lo mismo que las entidades públicas”. “No somos personas becadas”, protesta Sanguino. “De esta forma, el dinero destinado a un aeropuerto también debería llamarse subvención, sobre todo, si no llega ningún avión desde que se inauguró”.
“El mecenazgo también me plantea serias dudas. No defiendo ninguna de estas dos ideas, sino algo que existe en Estados Unidos, pero no aquí, que es el non-profit. Consiste en empresas creadas únicamente para generar empleo en las que todo lo que ganas después de cubrir los gastos se reinvierte. No hay beneficios. Como no se trata de acumular riqueza, no tributan impuestos. Solo atiende a la mejora de la producción, porque la reinversión significa que sigues adelante y sigues obteniendo beneficios que se siguen reinvirtiendo. Y si no cubres gastos, cierras, como en cualquier otro tipo de empresa”. Cae el telón. Visiten el ambigú.
En el segundo acto, la acción se traslada al Teatro Principal. Su nuevo responsable, designado por el tripartito que gobierna desde las últimas elecciones (PSOE, Guanyar y Compromís), asegura que el emblemático escenario, “con viento, navega rápido. Pero no se puede llevar a remo. Es un teatro importantísimo que percibe solamente el doble de dinero que otros de localidades pequeñas que están a apenas quince kilómetros de aquí y que sin embargo son diez veces menores”. Prefiere no dar nombres.
Para su nuevo cargo, Sanguino tiene clara la hoja de ruta. “Lo que pretendo es una programación equilibrada. Ni ecléctica ni heterogénea. No debemos pensar en géneros ni en públicos, sino establecer estándares de calidad. Si no lo logro, no tendré más que un batiburrillo”. Y, como ha insistido cada entrevista que se le ha hecho desde su nombramiento, plurilingüe. Habrá representaciones en castellano, en valenciano, en otros idiomas y hasta de mimo, si es preciso. “Alicante es un punto multicultural y el valenciano no es un género teatral. Con parte del accionariado público, debemos defender la lengua, pero siempre con buenas producciones”.
También él mismo se defiende de quienes le acusan de haber ocupado su despacho por imposición. “Si mañana el teatro fuera totalmente público, pondría mi cargo a disposición para que los nuevos dueños hicieran lo que tuvieran que hacer. Pero no podemos meter prisa ni pedir concursos públicos y luego mandar correos a los concejales para promover a una amiga”, acusa veladamente. Tampoco da nombres. “Ahora mismo, nadie del Ayuntamiento puede comprar ni vender el Principal. Ni poner o quitar cargos sin el consentimiento de la otra parte, el Sabadell. Como cualquier alicantino, me encantaría que fuera público. Pero repito, no hay que tener prisa”. Sanguino deja en el aire la última frase mientras cae el telón. En realidad, la función no ha hecho más que comenzar.