Vida y muerte del VIH

Pregunta: ¿Entonces, podemos estar hablando de la cura definitiva del sida?

Respuesta: Hemos alcanzado ese punto en el que podemos decir que esto se acerca mucho a la curación.

 

Hasta las plagas bíblicas tienen fecha de caducidad. En la Facultad de Medicina de la Universidad de Dresde (Alemania), una trampa de moléculas mantiene acorralado al VIH, el implacable virus causante del sida. Todo apunta a que no saldrá vivo. El certificado de defunción llevará la firma de Frank Buchholz (Bremen, 1966), director de la cátedra de Biología de Sistemas y de un laboratorio de investigación con aplicaciones médicas en el que trabajan personas de diferentes nacionalidades con un único fin, el desarrollo de enzimas modificadas (recombinasas) que ayuden en la erradicación de enfermedades. Una de estas recombinasas, a la que Buchholz y su equipo han llamado Brec1, ha borrado cualquier rastro del VIH en células humanas y en ratones trasplantados con sangre de pacientes seropositivos.

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Frank Buchholz, en su laboratorio de la Universidad de Dresde. / EL FARO DEL IMPOSTOR

El investigador alemán ha dedicado toda su carrera a observar por un microscopio el trabajo de las enzimas. “Son muy útiles en la modificación del ADN”, asegura. “La información que todos llevamos en nuestro interior, básicamente, cómo estamos construidos, puede cortarse en piezas que se pueden rearmar. Me di cuenta de que estas enzimas serían muy útiles si pudiéramos redirigirlas, si pudiéramos decirles qué cortar y cómo pegarlo en posiciones diferentes a las originales”. Los científicos han encontrado una manera gráfica de explicar el funcionamiento de las enzimas. “Son como tijeras que cortan el ADN en piezas al mismo tiempo que lo reúnen y lo pegan otra vez, de forma distinta”.

P: ¿Y cómo deciden aplicar su investigación al VIH?

R: El VIH fue solo un desvío en nuestro camino, teníamos que encontrar algo en lo que aplicar nuestras tijeras moleculares.

 

Mediados de 1981. Estados Unidos. Una serie de pacientes presenta una extraña mezcla de neumonía y sarcoma de Kaposi, un tipo de cáncer de piel. Las autoridades sanitarias alertan de lo que rápidamente se convertirá en una epidemia y que, ya en 1982, recibirá el nombre de Síndrome de Inmuno-Deficiencia Adquirida. El sida es un exterminador, un psicópata sin control que, al principio, solo parece cebarse con los llamados grupos de riesgo: homosexuales, drogadictos, receptores de transfusiones de sangre e inmigrantes con grandes carencias sanitarias. Dos años después, se aísla y bautiza al agente patológico que lo causa, el Virus de Inmuno-Deficiencia Humana (VIH), que se ha mantenido indestructible durante más de tres décadas. “El VIH es un retrovirus, es decir, infecta células humanas”, explica Buchholz. “Inocula su propio código genético en las células y llega a formar parte de ellas, integrando su información genética en el genoma de cada célula”. Hasta ahora, esta característica era su principal fortaleza. “Lo peor de estos virus es que forman parte de la célula de una manera de la que ya no te puedes librar. Así que forman parte de nosotros, con lo que toda medicación disponible, y disponemos de muy buena medicación, lo único que hace es suprimir la replicación del VIH, pero no cura la infección”. La información genética del VIH, lo que se conoce como provirus, resiste a cualquier tratamiento y siempre permanece en la célula.

Nada es indestructible. La terapia de Buchholz ha descubierto que la estrategia defensiva del virus del sida presentaba un mínimo punto flaco. “La información del VIH está flanqueada por dos secuencias de ADN que se llaman long terminal repeats (LTR)”, continúa. “Si conseguíamos reprogramar las enzimas para localizar estas secuencias en las LTR, lograríamos extirpar el provirus del interior de la célula”. Y con ello, “curar la infección”. Las Brec1 son como naves microscópicas capaces de detectar una secuencia concreta en el código genético del VIH, acoplarse a él, cortar los extremos y recombinarlos para que ya no sean el virus del sida, sino algo diferente. Y, por tanto, inocuo.

P: ¿Puede detectar todas las cepas del virus?

R: Hemos estudiado todas las cepas que se han podido secuenciar en pacientes de sida y hemos encontrado una que se repite. Nuestra recombinasa es capaz de detectar al menos el 95% de los virus.

 

Por si no fuera suficiente con su capacidad de integración en la célula colonizada, el VIH también es capaz de mutar. Pero por mucho que cambie de apariencia, las LTR siempre asoman por las costuras del disfraz. En el laboratorio de Buchholz decidieron que solo un mutante podría acabar con otro. “Las enzimas naturales buscan sus propias secuencias, que por supuesto no están en el virus. Así que lo que necesitábamos hacer era decirle a la enzima qué secuencia queríamos buscar”. El equipo investigador se enfrascó en la creación de la molécula adecuada. “Nuestro método es el mismo que ha estado usando la gente  durante miles de años, la evolución. Puedes coger un perro grande y convertirlo en uno pequeño simplemente cruzándolo y alimentando al cachorro que presenta los caracteres que tú deseas. Pues podemos hacer lo mismo con las moléculas”, dice. “Hemos generado nuevas enzimas con nuevas especificaciones que se hallan en el virus y las hemos reprogramado para ayudarnos a encontrar el VIH en el genoma celular y extirparlo”.

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El investigador alemán, director de la cátedra de Biología de Sistemas en la Universidad de Dresde. / EL FARO DEL IMPOSTOR

La terapia funcionó en células humanas. También con ratones humanizados. “El VIH no afecta a las células de los ratones”, cuenta el biólogo. Para usar el modelo animal, hay que injertar sangre humana en el roedor. Después se le trasplantan las células infectadas. “Si lo haces sin la recombinasa, ves que los virus se replican rápidamente, matan montones de células humanas y se expanden. Sin embargo, si lo haces con células que previamente han sido tratadas con nuestra recombinasa, después de varias semanas ya no puedes detectar ningún virus y las células humanas son felices y pueden cumplir con su labor”.

P: ¿Cuál sería el tratamiento? ¿Una vacuna?

R: No, no es una píldora ni una vacuna. Es un autotrasplante de células madre.

 

El principal escollo de esta terapia consistía en hacer llegar la Brec1 a las células que lo necesitan. “Hemos probado unas cuantas cosas más, cómo podríamos hacerlo. Y este es el futuro de nuestro trabajo, mirar si hay otra manera de enviarlas”, reconoce Buchholz. Pero hasta ahora, el procedimiento consiste en “extraer células madre de un paciente VIH positivo”. Se encuentran en uno de los mayores almacenes de médula ósea del cuerpo humano, la cresta ilíaca, que es la parte superior del hueso que da forma a las caderas. “En la operación”, continúa Buchholz, “aislaríamos las células madre de este paciente, les introduciríamos las recombinasas” y, tras unas sesiones de  quimioterapia, más leves que las que reciben los pacientes de cáncer, “volveríamos a injertar en el paciente sus propias células. Así que las mismas células infectadas serían capaces de extirpar el virus y quedarían protegidas de cualquier otra infección del VIH”.

No es la primera vez que se intenta. Timothy Ray Brown es un americano que estudiaba en Alemania cuando se le detectó el VIH. En 2007 se sometió a un trasplante de médula ósea con células de un donante cuyo organismo era capaz de evitar la infección del virus del sida. Brown se convirtió en el Paciente Berlín, el único hasta ahora que se ha curado de esta enfermedad. No obstante, los propios investigadores reconocieron que el caso no se podía generalizar, ya que las propiedades del donante eran muy singulares. Brown sigue vivo, aunque sufrió la enfermedad del huésped y otra cerebral a consecuencia del trasplante. Pero nueve años después, aún no ha aparecido el rastro del VIH en su cuerpo.

La propuesta del equipo liderado por Buchholz evita estas secuelas porque donante y paciente son el mismo. No habría rechazo ni efectos secundarios. Al menos, es lo que ha ocurrido en el modelo con ratones. “Somos incapaces de detectar el virus en los animales”, ratifica el científico alemán. “Alguien podría pensar que es muy difícil de confirmar, porque tienes que probar que no hay una sola célula infectada en todo el cuerpo y solo así podríamos asegurarlo. Pero si el virus es indetectable, ni siquiera con los instrumentos más sensibles, entonces puedes empezar a pensarlo”. En cualquier caso, se muestra cauto. “Quizá sería necesario combinar nuestra terapia con otras para finalmente conseguir la cura definitiva”, concede. Entre estas terapias de apoyo, incluye las nacidas de las secuencias CRISPR descubiertas por el científico ilicitano Francis Mojica. “Pero ya podemos decir que los pacientes no tendrán que volver a medicarse porque mantienen suficientemente alejada la infección de las células sanas. Solo con el hecho de que ya no tengan que medicarse más, habremos alcanzado un gran éxito, habremos dado un enorme paso adelante”, confía Buchholz.

P: ¿Es consciente de la repercusión social de la cura del sida? Con casi cuarenta millones de infectados, solo la superaría la del cáncer.

R: La literatura científica habla de 35 millones, sí. Hay otros virus con mayor índice de mortalidad, pero el VIH se coló en nuestras cabezas como una plaga, por lo rápido que se expandía y lo devastador que era.

P: Y a quién atacaba.

R: Y a quién atacaba también, efectivamente.

 

Prostitutas, yonquis y homosexuales. El sida aparece a principios de los 80 como una reedición de la historia bíblica de Sodoma. Es el sustituto de la peste en el cuarto caballo del Apocalipsis, la vendetta del Omnipotente contra quienes trafican con sus fluidos corporales en los arrabales del antiguo paraíso, la letra pequeña del sexto mandamiento. Un verano como otro cualquiera, con los pies aún llenos de arena, las llaves del 124 junto al radiocassette y la comida en el fuego, las noticias hablan del actor Rock Hudson, a quien nadie sabe reconocer, demacrado, consumido y con una sonrisa mortecina. El sida exhibe sin pudor la virulencia de su poder y la decadencia del sueño americano, pero lo que más sorprende a todo el mundo en aquel momento es que aquel galán, emblema de virilidad, prefiriera a James Dean antes que a Doris Day.

Con el tiempo, sin embargo, la plaga se extiende, el horror crece y la muerte de Hudson marca el despertar de la conciencia occidental. La de Freddy Mercury la apuntala. El cantante de Queen pierde su batalla contra el VIH meses antes de que su holograma aparezca junto a Montserrat Caballé en los Juegos Olímpicos de Barcelona. La audiencia es estratosférica. Todo el mundo lo ve. Todo el mundo sabe de qué ha muerto. El miedo al colmillo del sida toma forma. Al mismo tiempo, el jugador de baloncesto Magic Johnson anuncia que es portador del virus. Ya no se trata de un castigo para depravados. El contagio de un atleta admirado, millonario y heterosexual confirma que nadie es inmune. Se disparan la venta de condones en el Primer Mundo y los contagios por falta de condones en el Tercer Mundo. La ciencia se vuelca con el sida. El dinero tintinea junto a los microscopios. Se presume una gran recompensa para quien encuentre una vacuna.

P: ¿Cuál es el paso siguiente?

R: Estamos tratando de conseguir el dinero para nuestro primer ensayo clínico en humanos.

P: ¿Cuánto?

R: Hemos calculado que necesitaríamos entre 10 y 15 millones de euros.

 

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Buchholz, junto a su instrumental. / EL FARO DEL IMPOSTOR

El equipo de Buchholz ha redactado un protocolo de actuación para su ensayo clínico que ha convencido a las autoridades sanitarias alemanas. Ahora, buscan un presupuesto que les ponga en la casilla de salida. “Hemos llamado a muchas puertas, buscamos fondos de capital riesgo para conseguir el dinero. Hemos hablado con las farmacéuticas. También hemos hablado con gobiernos y con inversores privados. Hemos recibido reacciones positivas de algunos de ellos. Pero no las suficientes como para conseguir todo el dinero que necesitamos para empezar”, cuenta. El autotrasplante es una rémora. Un simple pinchazo sería mucho más fácil de comercializar. Por eso señala que conocen “las diferentes razones por las que a algunos no les interesa invertir en esto”.

Buchholz asevera que su estrategia en la lucha contra el VIH es “efectiva y prometedora”, pero es consciente de que se trata de “alta tecnología clínica”. De ahí que una de sus prioridades sea simplificarla. “Es muy caro convertir este producto en algo que pueda cubrir la sanidad pública. Tenemos que encontrar la manera de abaratar los costes y tenemos ideas para hacerlo”. Financiación, mejoras en la terapia y nuevas aplicaciones. Son los tres pilares actuales de su trabajo. “Decidimos investigar el VIH porque había grandes posibilidades de que nuestra terapia funcionara. Ahora estamos extendiendo el uso de estas enzimas a otras enfermedades, como la hemofilia, muchas de las enfermedades hereditarias o las monogénicas”. A su juicio, las recombinasas “pueden ser muy útiles para ayudar a luchar contra enfermedades causadas por mutaciones en los genes”.

P: ¿Cuánto tardarían en verse los resultados?

R: Entre tres y cinco años.

 

La terapia que puede detener la plaga del sida nace del conocimiento del genoma humano. Un ámbito en el que los nuevos exploradores apenas están empezando a desbrozar los caminos. “Ya sabemos leer el libro de nuestra vida. Entendemos lo que significan las letras y solo ahora estamos empezando a tener el instrumental necesario para reordenar las palabras que se escriben con ellas. Podemos cambiar las letras del genoma y ver qué pasa, o detectar errores en el libro, usar la tecnología como tippex y corregirlo todo. Es de lo más emocionante”. Buchholz se apasiona con las infinitas posibilidades. Pero también avisa de que cada avance científico debe someterse al filtro de la ética. “Tenemos que ser muy cautos con esto, como con cualquier otra nueva tecnología, porque puede usarse mal. Creo que de verdad necesitamos un fuerte componente social para debatirlo. Tenemos que proponer una regulación bien clara para determinar lo que está permitido y lo que no, lo que queremos hacer con esta tecnología y lo que no. Todos estamos de acuerdo en que no queremos usarla para crear bebés de diseño, por ejemplo. Pero creo que nos brinda una fantástica oportunidad para curar enfermedades, al mismo tiempo. Con cada nueva tecnología que nace, hay que entender cómo se puede usar y hay que regularla”.

La normativa para la tecnología genética ya existe. Aunque la velocidad de los avances es tan desmesurada, que la trampa casi nace antes que la ley. “Hay muchas normativas, pero no está del todo claro cómo aplicarlas”, alerta el investigador alemán. “Por ejemplo, existe la regulación para fabricar animales transgénicos, es decir, aportar material genético al genoma de un organismo para crear otro organismo con el genoma modificado. Y hay normativas claras al respecto. Pero con algunas de estas nuevas herramientas no disponemos de toda la información genética, simplemente se ha cambiado un par base y no se puede detectar si se ha introducido con la nueva tecnología o es una mutación aleatoria. Nadie es capaz de distinguirlo y, como consecuencia, hay muchos debates en torno a cómo regularlo”.

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